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martes, 7 de abril de 2015

De tu vida

Estaba jadeando cuando llegó a aquel lugar. El sudor perlaba su frente y la respiración se le entrecortaba, tenía dificultades para mantenerse en pie y la garganta le dolía de ver como el aire frío de la noche le había inundado las cuerdas vocales. No solo había tenido que correr, también había tenido que nadar para huir del agua salada que notaba pugnando a la altura del cuello. Los miedos eran para él kilómetros que se acortan y mares que se ensanchan.

Pero en ese punto el miedo ya se había difuminado, sabía que había ido lo suficientemente lejos en su huida porque estaba lo suficientemente cerca. Entonces decidió relajarse, ponerse cómodo en aquel sofá que parecía querer abrazarlo toda la noche y pedir una bebida que le ayudara a recuperar resuello. Pronto recobró el habla y la conversación fluyó a su alrededor como lo hacía siempre que se sentía cómodo. Era imposible no estarlo en aquel espacio.

No fue hasta pasado un largo tiempo, que para él habían sido segundos, cuando reparó en quien estaba sentado a su lado. Eran unos hombros finos y delicados, aunque por entonces no lo sabía pues tímidos se escondían en un pesado jersey; una melena que parecía querer ocultar la travesura de la inocencia y unos ojos que se movían de un lado a otro, inquietos, pero que se recogían cuando se notaban observados y hacían callar todo lo que antes decían, hasta llegar a ese tipo de silencio que hace que solo se puede romper con el sonido de unos labios posándose en otros o en la piel desnuda.

No se atrevió a decirla nada, nunca había sido su estilo: demasiada vergüenza, demasiado temor...había sido siempre su actitud ante la vida en todos los campos. Aún sabiendo que se equivocaba, siempre prefirió volver a casa preguntándose como hubiera sido y si lo que decían los ojos que le miraban también lo dirían sus labios, antes que experimentar el fracaso del exceso. Se tambaleó de vuelta y durmió con la mezcla en su boca del amargo de las lágrimas y lo dulce del carmín que creía poder alcanzar.

A la mañana siguiente su cabeza parecía un ring de boxeo, no solo por el martillo que pretendía destrozarle por dentro, también por la lucha que mantenían sus ideas recorriendo su cerebro de un lado a otro. ¿De qué tenía miedo? ¿Qué tenía que perder si nada poseía ya más que el quejumbroso errar de sus pasos? Y lo decidió, decidió cambiar su vida. Nada se pierde intentándolo. Lo repitió una y otra vez hasta hacer que él mismo se lo creyera.

Quiso buscarla, pero no la encontraba. No sabía nada de ella, no sabía donde trabajaba, no sabía si era de la ciudad o si acaso estuviera de paso y sería un sueño ya inalcanzable. Entonces decidió asirse al único cabo de amarre que le restaba: aquel lugar donde la conoció. Volvió cada noche sin lograr vislumbrar siquiera alguien que se le pareciera entre la muchedumbre. Pero de pronto, cuando creía que ya debía desistir (aunque él sabía que eso era un mandato de su cabeza que su corazón no obedecería), la vio apoyada en la barra con aire ausente y con la soledad a su alrededor. Supo que había llegado el momento, que de verdad él había cambiado por dentro y se dirigió a ese cruce de caminos. Tocó el hombro de ella todo lo suavemente que pudo debido al temblor y decidió actuar.

Entonces posó sus labios en su oído y la susurró: hazme el amor. Calló, pensó por un instante que de nuevo estaba cometiendo el mismo error, la misma piedra en la que sentía necesidad de tropezar, pero no pudo frenar las palabras que le salían a borbotones desde el corazón, pues hacía rato que este había tomado el mando. 

Y al fin lo dijo: hazme el amor, pero de tu vida.



*Agradecimiento especial a Andrea M. por su foto de instagram con el lema Trato de pensar que nada pierdo intentando; al escritor/a anónimo que decidió plasmar en una pared de Capiscol la frase: Hazme el amor...pero de tu vida; y a Víctor G. que a través de su facebook me ha dado a conocer unos versos de Marwan que desconozco si pertenecen a una canción, poesía o lo que fuere (que al final es lo menos relevante):

Me dicen que es de tontos
tropezar tres veces en la misma piedra
pero es que ella era una piedra
sobre la que merecía la pena caer,
resbalarse,
hacerse herida.

Todo ello es lo que han hecho que mi corazón decidiera plasmar este texto, con mayor o menor fortuna, a través de las palabras de mi cerebro.

1 comentario:

  1. Poetas anónimos gritando en cualquier muro tan grandes verdades...

    :***

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