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martes, 14 de abril de 2015

La Revilla



No creo en el destino. No creo en nada que se salga de la vía científica, pero si se diera el caso que llegara a existir este, no tendría palabras de gratitud suficientes por darme la oportunidad de llamar a La Revilla (en realidad La Revilla y Ahedo oficialmente a nivel municipal) mi pueblo. A mi me enganchan los lugares cuando hay personas que los hacen especiales, y al igual que me ocurre con La Parada, mi particular paraíso en la Tierra es este pequeño pueblo al sur de la Sierra de la Demanda. 

Seguramente hay otros pueblos maravillosos donde podía haber encajado, de hecho el pueblo de mi madre es Mecerreyes, una población con mucho mayor calado pero que a mi nunca me llenó porque no conocí a las personas que hicieran especial ese lugar. Y sin embargo sí las encontré en La Revilla; personas con las que he compartido un fin de semana de los que llegan muy a dentro por su significado. Porque nos hacemos mayores ya, quién lo diría cuando nos conocimos jugando a mosca, haciéndome pagar la condición de extraño, con menos años que dedos en las manos o cuando empezamos a hacernos mayores en aquel chamizo de la loma. Y ahora tenemos nuestra primera boda (felicidades Alba y Diego, perdonadme que no incida más, pero seguramente tendréis oportunidad en el futuro de leer una entrada solo para vosotros)

Este finde rememorando las anécdotas propias y ajenas de tantos años, me ha llevado a pensar en la influencia sobre mí y mi forma de ser. No sé si en otro pueblo podría haber sido mejor o peor persona, pero difícilmente podría haber sido más feliz de lo que he sido aquí y podría estar tan satisfecho de como me ha moldeado. Allí aprendí a nadar, conocí el desamor por primera vez, seguramente besé por primera vez, fumé mi primer cigarro, tuve mi primera borrachera y mi primera pelea, conocí mi primer amor de verdad...sé que no digo nada especial. Cada uno en sus pueblos ha podido tener las mismas experiencias, pero yo no estoy en vuestras cabezas y corazones. Solo puedo ver las mías como especiales por la intensidad que tienen para mi.

Por eso y porque mi familia no tiene allí un hogar, somos personas totalmente extrañas con nuestra casa rodante que deciden veranear allí por la tranquilidad y la piscina y quedan absolutamente prendadas del lugar. De como nos ha acogido todo el pueblo; de como no tenemos ascendencia allí pero si alguien nos pregunta de quien somos, solo tenemos que decir: los de las caravanas, como una especie de mote que perdura con los años. Y es que ya son más de 20 acudiendo allí con regularidad. Ojalá si algún día tengo hijos y nietos les pregunten de quien son en La Revilla y puedan decir "los de las caravanas", aunque tengamos ya una casa, porque hayamos echado raíces en aquel lugar.

Quien lea esto y no conozca el pueblo pensará que tiene muchas cosas, que quizá sea un pueblo grande, que somos mucha gente...no. La Revilla, más allá de tener piscina (y quizá la gran cantidad de juventud que integra cada grupo generacional), cosa que pocos pueblos de su pequeño tamaño pueden decir, no tiene nada especialmente distinto a otros pueblos . Bueno sí, las personas. Con sus cosas buenas y malas, pero allí he conocido a mi grupo de amigos. Nada ha sido un camino de rosas, como cualquier grupo que se junta de forma heterogénea en torno a un lugar y no por su propia elección; pero para mi han sido la mayoría de ellos apoyo en el camino. Me han visto reír, me han visto llorar, me han aconsejado, me han distraído y divertido, acogido en sus casa, enfadado y reconciliado...me han hecho sentir el calor de la relación humana en su sentido más amplio, me han hecho sentir el pueblo como mio. Me han hecho sentir comprendido, querido y protegido.
Pero no solo mi grupo de amigos, también otros grupos de jóvenes de otras generaciones con los que me he reído a carcajadas y con gente adulta (cuando yo no lo era, pero ahora también) que me ha mostrado siempre un cariño inmenso, particularmente los padres y madres de mis amig@s.

Y gracias a que he podido sentir el pueblo como mio, también siento cuando estoy allí la calma que transmite. Para mi La Revilla es mi lugar sagrado, donde nada me puede hacer daño pero donde un mínimo roce me afecta. Allí encuentro mi liberación mental. Si tuviera una casa allí seguramente mucho de estos findes en los que arreciaba la tormenta les habría pasado allí y habría echado el ancla para frenar la deriva del barco.

Me gustaría hablar mucho más de mi pueblo, encontrar las palabras que lo describan con absoluta precisión y belleza...pero no es posible. El sentimiento que nada dentro de mi sangre para con este pueblo es superior a mi, escaso, talento literario. Lo único que puedo hacer es invitaros a que lo conozcáis conmigo. A que paséis cualquier día de verano a bañaros en su piscina; de invierno a apreciar la tranquilidad de un paseo por la nieve; cualquier día de otoño a subir "la Cuesta" o "la Peña" y de primavera a apreciar lo vivo que está el pueblo cuando los primeros rayos de sol empiezan a desperezar las calles del invierno sufrido.

Juntos desde los 80.


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