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lunes, 5 de octubre de 2015

Diario secreto, quizá

Hace horas que no quito los ojos de la pantalla del móvil. Soy incapaz de apartar la vista pensando en que quizá ella escriba en ese momento y lo vea segundos más tarde de lo debido por mi incorregible manía de tenerlo siempre en silencio. Por favor no se lo digas a nadie, te lo cuento a ti en confianza ahora que no nos lee nadie y ahora que sé que nadie te leerá hasta que ya no esté aquí para seguir amontonando la tinta de mis venas entre tus hojas mientras dejo de torcer el camino a derecha e izquierda tratando de encontrar el camino recto, que finalmente descubriré,como todos,que está bajo nuestros pies.

Te pido que no se lo cuentes a nadie porque me etiquetarían de loco. Qué son unos segundos en conversaciones banales, lugares comunes y artificios de palabras para captar atención. Pero importan.Para mi importan. Vivimos en una sociedad que nos mantiene constantemente en una rampa de lanzamiento hacia el sprint final, creyendo que aprovechamos el tiempo hasta la obsesión. Y nadie se ha parada a reflexionar unos segundos en ello. Los mismos segundos que no quiero perder yo entre su escritura y mi lectura, tratando de conectar con un mundo que probablemente no exista pero en el que yo sigo creyendo a ciegas, porque si no caería de rodillas en este preciso instante.

El cansancio está haciendo mella ya en mis labios, agrietados por el otoño que llama ya a las puertas pero que sin embargo lleva meses instalado en mi. Y creí que su sonrisa podría ser el anuncio de la primavera, pero quizá lo haya imaginado. Quizá ni siquiera exista ella y solo estemos tu y yo en esta habitación incapaces de salir de estas cuatro paredes. Quizá todo sea un sueño que me impide ver que está habitación esta acolchada y esta mañana me coloqué la camisa al revés. Sé que mucha gente lo cree, lo noto en sus miradas, mezcla de compasión y falta de esperanza. No comprenden, pero tampoco les pido que lo hagan, porque quizá no haya nada que comprender. Y tengan razón, quizá esa etiqueta sea la mía. Qué sentido tiene vivir en este mundo si no eres una etiqueta,si no eres un muñeco de porcelana que encajar como una matrioska en el puzzle que nadie tiene ganas de resolver.

Pero te hablaba de que quizá todo sea un sueño, incluido tu y simplemente esté escribiendo estas palabras con mi uña en el brazo para que las cicatrices me permitan leerlo una y otra vez hasta memorizar mis últimas palabras con sentido. Así podré repetirlas hasta que no quede aliento en mi voz para gritarlas y recibir como respuesta el eco de muros cerrados, oídos tapados y condescendientes palmadas en mi espalda.Al final es lo que todos recibimos porque nadie se para a escuchar a nadie, porque solo estamos interesados en hablar en una explosión del yo sin pensar en el nosotros. Y en ocasiones no hace falta hablar, no son necesarias las palabras cuando existen los gestos, las miradas, los roces que señalan el camino. Hacia ninguna parte concreta, pero un camino que transitar escuchando los latidos de otra persona que dicen mucho más que palabras vacías de contenido.

Hablando de sueño,casi se me olvida decírtelo¡Que cabeza la mía!Tantas cosas en ella que al final no queda nada y a punto he estado de no contar lo más importante. Hoy he soñado con ella. La he visto por un instante durmiendo plácidamente con su pelo cayendo rebelde sobre su frente,tratando de tapar sus ojos y pugnando por introducirse entre la comisura de sus labios, mientras acariciaba su mejilla como solo el dorso de mi mano lo hubiera hecho. Digo bien el dorso pues temo que tras tantos días de mis manos haciendo de dique para mis lágrimas, se hayan horadado con rugosidades que impidan acariciar otras mujeres sin provocar una mueca de disgusto. ¿Lo entiendes? Pero enseguida me he despertado, he decidido salir de ese sueño por mi mismo porque temía ser yo quien la despertara y me descubriera allí inmóvil observándola desprotegida. ¿Qué hubiera pensado? Nada bueno, como todos. Hace tiempo que nadie piensa nada bueno de nosotros, porque nadie piensa en nosotros. Ni en mi ni en ti. Espero que ya lo hayas asumido. Yo estoy en el proceso final. He decidido vivir aquí plácidamente sin preocupaciones, sin anhelar nada porque solo la falta de anhelo impide que más espinas se sigan clavando por mi piel hasta impedirme tumbar en la cama sin sentir una nueva punzada. 

Lo siento, te tengo que dejar de nuevo guardado en tu escondite, se acerca la hora de la comida según las manecillas del reloj de pared que llevan horas atormentándome y no quiero que nos descubran juntos. Sé que me lo sabrás perdonar hasta que mañana te vuelva a enseñar la luz del día. Es una forma de hablar, la única luz que podemos ver tu y yo es la de este flexo. Mientras tanto, cuídate, trataré de seguir otras 24 horas en su juego de persona cuerda solo por no tener una etiqueta que ellos creen que me pueda molestar.

Ella sigue sin escribir y yo sigo con la mirada perdida en la pantalla de mi móvil.

Te quiero mi único amigo. No sé si esto es verdad, quizá.

 Epicuro. 

jueves, 9 de julio de 2015

Trenes perdidos a tus pies

La silla era incómoda y con la mano acariciaba aquella mesa de madera cuarteada con el paso de los años. La misma que había visto tantos viajeros dejar su marca en ella; ya sea aburridos grabando a navaja su nombre o simplemente depositando sus brazos allí mientras apuraban el café que les mantuviera despiertos y dejando apenas una mota de polvo del viaje o un trozo de tela rasgado por las pequeñas astillas que sobresalían buscando la funda de una piel.

Yo había decidido pedir un vino, un tinto de Ribera del Duero. Nunca bebo vino pero tampoco nunca escribo mis textos en primera persona. Y aquí estoy ahora, quizá hastiado de tantos años como periodista escribiendo en tercera persona buscando formulaciones asépticas y neutras hasta no decir nada; o quizá cansado del amargor que tantas cervezas rubias bebidas a toda prisa dejaron en mi lengua y del dulzor que las cervezas negras bebidas con reposo dejaron en mis labios antes de convertirse en el mismo amargor cuanto más penetraban por mi garganta.

Absorto en esta disquisición había perdido de vista la ventana por la que llevaba meses observando cada tarde si llegaba el tren. Entonces un pitido agudo resonó en mis oídos y me sacó de estas ensoñaciones. Tras la confusión y susto inicial, una idea recorrió mi mente con tal velocidad, que me pareció que una descarga eléctrica exploraba todo mi cuerpo. Levanté la vista, vi el ansiado tren, y temí perderle de nuevo. Un temor que se baña en el sudor frío de quedar anclado a aquella estación como un Tom Hanks de barrio, un juguete roto como un periódico gratuito que manosear antes de acabar en manos de otro viajero, sino en una papelera.

Corrí. Corrí tanto que aún hoy día me parece que mis piernas no se han frenado. Olvidé todo abandonado en aquella mesa. El roído bolígrafo con el que escribí mis primeros esbozos de literatura, el recorte de mi primera vez en un periódico y las decenas de cuadernos que guardaba con mimo desde hace años en la maleta de viaje pues suponen el currículo vital de toda una existencia dedicada a mi mismo a través de los ojos de otras personas.

Pero ya nada importaba, anhelaba coger ese tren como hacía tiempo que no deseaba nada; desde que aquella tarde los sables en ristre cortaron nuestras gargantas como en una noche toledana y a través de las palabras que brotaban mojadas fui perdiendo esperanza en toda pasión.

Nunca he sido especialmente atlético ni coordinado por lo que esa carrera en el fondo estaba destinada al fracaso desde que nació con el estruendo de mi silla golpeando el suelo; pero en un instante no se aprecia nada, aunque en un instante puedes vivir eternamente. Lo que no esperaba era tropezar de aquella forma tan tonta en el andén cayendo a metros de la puerta que se cerraba para siempre, mientras una vorágine de pasajeros recorrían el cemento sin prestar atención a ese desaliñado enclenque que yacía en el suelo, lo que era yo en ese momento.

Y entonces fue cuando  te acercaste y me tendiste tu mano con esa mirada clara, pero que escondía cierta picaresca juvenil, que me invitaba a levantarme mientras tus labios articulaban palabras que imagine, pues era incapaz de escucharte a la vez que te miraba la boca, como una pregunta interesándote de si estaba bien. Me levanté tomando la suavidad de tus manos entre la rugosidad de las marcas dejadas por el bolígrafo de las mías y miré ese tren marchar.

Llevaba meses pensando que ese era mi tren pero desde que te vi creo que no me llevaba donde deseaba de verdad; creo que solo me trasladaba hasta la siguiente estación. Apenas me recordarás pero yo tengo tu rostro clavado en mi mente y tus labios marcados en la copa donde bebiste esa cerveza con la que te agradecí tu gesto. Todo terminó muy deprisa, parecías avergonzada de haber aceptado mi invitación, y te fuiste igual que apareciste, como la brevedad de luz que da un rayo en medio de una tormenta mientras el repiquetear de tus tacones hacía las veces del fragor de la misma en mi cabeza.

Ven. Me estoy mojando en esta noche de tormenta interminable y necesito que tu piel me haga de paraguas.

domingo, 21 de junio de 2015

Real Zaragoza y fútbol

Puede resultar extraño el título de esta entrada y más el posible contenido que se puede deducir. El fútbol siempre ha sido un elemento denostado y de difícil mezcla con un blog de aspiraciones, modestamente, culturales. Pero este deporte amado y odiado a partes iguales es también cultura, y sobre todo cultura popular; pero sobre todo es parte de mi vida y cuando inicie este blog dije que no me iba a poner cortapisas, que hablaría de lo que yo quisiera. Y la verdad, ahora me apetece hablar de esto, aunque nadie lo lea. En gran parte porque no es tan fácil ser de un equipo minoritario fuera de esa ciudad y no tienes con quien verbalizar lo que fluye por dentro en situaciones tan importantes como esta.

Por eso y porque el fútbol es mucho más que el estereotipo de negocio que la mayoría de la gente odia. Mi amiga Ana, zaragocista también y zaragozana, subía a su facebook hace unos días un alegato de lo que significaba para ella el fútbol. En resumen lo definió como recuerdos con su familia, cientos de kilómetros hechos para seguir al equipo de su ciudad, tardes de domingo en la tasca del barrio gritando a una tele. Me alegró mucho leerlo porque ya tenía esta entrada en mente y quería comentar algo muy parecido; porque el fútbol es un deporte maravilloso, lo que es odioso hasta límites insospechados es el negocio que lo rodea.

Pero el fútbol es mucho más que el Barca, Madrid y Selección. Para mi el fútbol son las mañanas de domingo viendo a mi padre golear en campeonatos de chuleteros y el almuerzo de después, es ponerme en el descanso de esos partidos a parar tiros siendo un niño de 7 años; es que me lleve siendo un adolescente de 15 a jugar partidos intensos con la gente adulta de su fábrica. Es todo lo que disfruté siendo entrenador de formación, e incluso los amigos que hice en esos equipos una vez que crecieron; los amigos de verdad que he hecho compartiendo equipo, la de gente de otras culturas que he conocido gracias a ese balón. Es también un deporte que me ha dado seguridad en mi mismo, debajo de esos tres palos no tengo miedo absolutamente de nadie, cuanto más grande el reto mayor la motivación; es la ilusión de mi padre yendo cada fin de semana a verme jugar. Y sobre todo es la ilusión de ver a amigos jugarlo: es ir a ver a Luis entrenar a sus chavales con toda la ilusión, buscar en una web en alemán a ver si salía una foto del Pollo en su equipo de allí para sentirle más cerca, ver a Marcos ascender a Regional o a Lorena competir por la primera victoria de la temporada, ver la ilusión que Bolas le pone entrenando y lo que disfrutó Álex en su primer partido después de dos años y medio. Ver como Espi marca un golazo en 2º B de fútbol sala y te lo dedica, alentar a Raúl para que siga creciendo en su fútbol porque tiene todo el futuro por delante y ver como Luis reduce a cenizas las redes del Torneo Diputación. Y tantos otros amigos que de nombrarlos acabaría con mis dedos hechos polvo de teclear, pero que aunque no salgan en esta somera relación también son importantes, simplemente mi memoria los escondió detrás de los anteriores.

Después de ponerme sentimental con este deporte para defender lo oportuno de esta entrada en el blog, realmente lo que necesitaba verbalizar es el nerviosismo que siento ante el último partido de la temporada del Real Zaragoza. Si blogspot ha funcionado bien esto se habrá publicado el domingo a unas pocas horas del pitido inicial del partido final por el ascenso, pero fue escrito días antes. Soy de Burgos y no tengo ningún tipo de vínculo con Zaragoza, pero soy del Real Zaragoza y no sé explicar la razón. Cuando me preguntan siempre suelo rememorar el gol de Nayim y lo que me tuvo que marcar a mis 9 años. Estos días lo he estado pensando y puede ser real, quizá el destino, en el que no creo, nos hace zaragocistas por algo; quizá ese zambombazo estaba destinado a mi corazón.

Este año, en los playoff de ascenso, el Real Zaragoza estaba prácticamente eliminado en el partido de ida ante Girona, pero hay un lema que reza: Zaragoza nunca se rinde. Eso es lo que ocurrió el pasado domingo, que los jugadores no se rindieron, como tampoco lo hizo Nayim que puso toda la fe al golpear una pelota que solo hubiera entrado una vez en un millón de jugadas; pero entró, porque esa es la fe que define al zaragocismo y al Real Zaragoza. Hemos pasado una década ominosa; hundidos en el fango más viscoso que rodea el negocio del fútbol que mencionaba antes: corrupción, amaño de partidos, quiebra económica, imagen deportiva lamentable, negocios paralelos, un presidente odiado por todos, una creciente animadversión de las aficiones rivales...mucho barro en el que revolcarse para intentar hacer perder el sueño a todos los zaragocistas. Pero hemos resistido ansiando que el león vuelva a rugir. Y aquí estamos a solo 90 minutos del ascenso.

No sé que va a ocurrir en estas horas y como de feliz o abatido estaré a las nueve de la noche cuando el partido haya acabado, pero si sé que pase lo que pasé, tendré ilusión porque sé que mi Real Zaragoza ha vuelto, que vamos a volver a rugir, y que la fe que mantuvimos en el equipo se va a materializar en algo bueno. La proeza de Girona estoy seguro será un punto de inflexión en la historia a corto plazo de este club. Que el no rendirse va a tener sus réditos.

Igual que se los dio a Nayim en Paris 95. Porque yo soy zaragocista y me veo reflejado en esa parábola. La trayectoria de ese balón es la mía, subiendo al cielo y cayendo poco a poco dándome cuenta de hacia donde me dirijo pero sin poder frenar. Con el empuje de tanta gente detrás que me alienta para que entre en la portería. Quizá a pesar de ser yo mismo portero, esta vez me toque a mi meterle un gol a la felicidad, aunque sea en un disparo con cierta fortuna y aunque solo sea porque va dirigido por toda la gente que me alienta, siente y quiere como todos los zaragocistas clamaban incrédulos porque ese balón se le escapase a un portero inglés bigotudo de los años 80.

Ahora mismo estoy nervioso ya. No me quiero imaginar como estaré cuando esta entrada se publique. Estoy seguro que si ahora mismo me hiciera un corte en el brazo el chorretón que mancharía el ordenador no sería rojo sino de un intenso azul y blanco que reflejara lo que fluye por mis venas. Y esa herida sería la que llevaría con orgullo, porque cuando la viera, sabría que del dolor brotó algo positivo. Lo mismo pensaremos cuando echemos la vista atrás y veamos esta década pasada.

Porque solo cuando se ha caído y se ha estado en el fango se aprecia realmente lo que estar arriba. En la vida y en el fútbol, que es otra forma de vida. Por eso a todos, aficionados al fútbol o no, os digo que llevo con orgullo en mi pecho al león rampante. Y a mis amigos Ana, Adrián y en parte Christian, os digo que no es tan importante este resultado, que lo importante es el orgullo de ser zaragocistas, de resistir las piedras del camino y que nos levantaremos juntos, una y mil veces. De las piedras del fútbol y de la vida.

Porque Zaragoza nunca se rinde. Y los zaragocistas tampoco.

miércoles, 17 de junio de 2015

Revelame el alma

La lluvia repiquetea intensa en mi techo. Parece pugnar bravía por alcanzarme y envolverme en su abrazo mortal, aunque esta humedad solo se pueda sentir por dentro y mi piel esté seca, y ahora ligeramente con los poros alerta, gracias a los firmes muros de mi habitación. La misma solidez que se convierte en polvo fino incapaz de contener en mis manos y mis ojos cuando determinados objetos o pensamientos me alcanzan en esta carrera infinita que mantengo conmigo mismo.

Hoy me he fijado en el carrete fotográfico abandonado a su suerte como si a nadie importara. En esos recuadros blancos bordeados del trazo fino y negro que dejaba las rayas de tus ojos, que recuerdan la ilusión perdida del niño que cree firmemente en su sueño, y la bofetada de la madurez le arrebata. Esos espacios de mi vida que permanecen vacuos, pero que podría rellenar con la sangre que aún mancha mi cuerpo cuando el corazón aprieta y me traslada a otros lugares y tiempos. La misma sangre en la que hundo las fotografías para revelarlas sin ningún resultado, pues siempre emergen del viscoso líquido impolutas, blancas como la hoja de papel de un poeta que no encuentra a su musa; reflejando desafiantes la palidez de mi rostro. Y nada más que eso. He creado mi propia máquina del tiempo, pero soy incapaz de convertir lo que mis ojos ven en fotografías que el tacto de las yemas de mis dedos pueda sentir mientras las quito lentamente el polvo que la soledad deposita. 

Un carrete inoportuno inserto en la memoria. Ojalá pudiera deshacer completamente cada centímetro de ese plástico traicionero y mezclarlo en las cenizas que tu último cigarro dejó al convertir mi cama en brasas cuando se te escapó de los dedos y agujereo las sábanas del alma. Esas que no se pueden tocar pero que también abrigan en las noches frías de invierno. Ese maldito carrete de fotos en desuso que nadie recuerda si no es más que en brochazos puntuales de su vida pasada cuando sale en una conversación que nos lleva a la melancolía de los recuerdos, de tiempos pasados que sabemos que no volverán pero a los que ansiamos aferrarnos mientras contemplamos como nos queman en la palma de la mano y en la pupila de unos ojos que a veces no son ni propios.

Una pieza inanimada a la que insuflar vida con los trozos del puzzle que nos regalábamos en verano para completarlo en invierno, cuando la nieve recubre la cama y solo el fin de semana hace arder colchón, somier y alma.

Y hoy digo que aún quiero una foto antigua, cómo no quererla si mis ojos aún derraman la vida que los tuyos les cedieron. Pero aún anhelo más rellenar ese carrete que me desafía, que una nueva musa me revele el alma. Quizá deba dejar de intentarlo con la sangre  que aún mana de las heridas y necesite intentarlo con el carmín de unos labios mezclado con la espesa tinta de una melena azabache que agitar sobre el vacío. 

Del carrete, del pecho y de otra espalda que con mis dedos autografío.


viernes, 29 de mayo de 2015

Veintinueve

Según wikipedia (sé que de fiabilidad relativa, espero que mi experta en religiones orientales no me tenga que corregir) el karma sería para las religiones dhármicas (religiones de origen indio) una energía trascendente que se deriva de los actos de las personas. Y que cada sucesiva reencarnación de la misma quedaría definida por los actos de su vida anterior.

Desde luego no es que yo crea en ello ni en ningún tipo de destino o fuerza suprahumana, pero a veces sí creo que la vida te coloca en situaciones o ante personas que tienen  un poco de kármicas. Que quizá la vida te ha puesto ahí una persona como un espejo, a veces en pasado y a veces en futuro; que el azaroso capricho te coloca en situaciones donde puedas ayudar a no cometer los mismos errores a otras personas.

Así me siento un poco yo ahora. Es curioso como en las relaciones de amor las cifras pueden guardar magia, como una especie de clave o código secreto que compartir, que guardar con mimo y que usar como cáliz que beber en momentos de debilidad. Fascinante como los números dicen en ocasiones mucho más que mil versos de un poeta o mil frases de cuidada estética de un escritor. Yo también tuve mis números, a los que sigo teniendo cariño porque ya no me hacen daño (eso creo), sino que me recuerdan a muy buenos momentos, a felicidad completa y al sabor de una copa llena hasta arriba de bonitos recuerdos.

Estoy seguro que hasta aquí nadie sabe a donde quiero ir a parar, acaso no lo sepa yo tampoco, así que prosigamos a ver si el polvo del camino nos lleva a un lugar donde reposar y tomar aliento. Todo esto viene al hilo de que hoy es veintinueve de mayo. Desde que empecé el blog tenía claro que hoy iba a subir al mismo una poesía que tenía escrita, se llama Seis meses y termina con un "15638400 segundos sin ti". Más cifras, porque también las hay asociadas a la parte negativa de la moneda. Y nada más que explicar.

Sin embargo no lo voy a hacer por muchas razones, algunas que tienen que ver con aquello, pero sobre todo porque la fuerza del amor siempre vence. O eso creemos los mermeladas, como gustan de llamarme en mi pueblo, o románticos hasta la médula, como un Larra cualquiera del Siglo XXI, aunque la pistola que empuñemos sea simplemente nuestro corazón mientras observamos como se desangra a través de nuestros textos.

Afirmo dicho triunfo porque ha sido este el que me ha hecho cambiar de idea, pero no mío. Estos días he visto en el perfil de whatsapp de un amigo una foto con su chica que me encanta por lo que desprende, la viveza de un amor colorido, y una cifra. El reverso positivo de la moneda que en mi caso marcó cruz. La pasión del amor juvenil inocente con todo el futuro por descubrir y compartir. Miradas que lo dicen todo incluso en una fotografía. 

Y me recuerdan a mi y a algo que creía perdido dirigiéndome hacia otro camino los últimos tiempos, pero esa es la senda que a mi me gusta transitar. Y tiene muchos baches y es irregular en su pavimento pero es una ruta de naturaleza salvaje, de osadía ante la vida, de no escuchar a quien no cree en ello como un religioso tratando de debatir con un furibundo ateo. En fin, como la vida misma dispuesta a devorarnos si no la plantamos cara. Y el amor quizá no sea el mejor arma para la vida, pero vaya si creo que es el mejor escudo.

Y en esta pareja, no sé bien la razón, veo amor. Pero del de verdad, no de ese que nos manufacturan en anuncios y películas, no de ese que muchas parejas confunden engañándose a sí mismas. De ese que se define en miradas, que tiene sus límites en las manos entrelazadas y que se funde en plata cuando el sol sale en el horizonte pero con más fuerza se baña en oro cuando la luz de la luna asoma y lame su piel. 

Y espero que siga triunfando como lo está haciendo hasta ahora, que el nombre del otro les siga iluminando con un brillo especial los ojos; que no haya distancias que no se puedan cubrir en segundos, que la madurez no les vuelva mediocres, que sigan creyendo con cada centímetro de sus corazones en lo que creen ahora. Y ya se verá lo que pasa, pero que disfruten de un camino tan bonito e intenso; que habrá problemas pero que no sean obstáculos insalvables si se tiene fe. 

Y no sé si podría ayudar en algo en el futuro, pero nada sería más placentero que mantener la llama de una fe en la que uno mismo cree con toda su alma. Quizá tuve que perder yo para ganar ellos, como una muerte y un nacimiento que se entrelazan a través de una cifra. Como ese Dalai Lama fallecido al que los feligreses reconocen en un bebe en la otra punta del mundo. Yo no he tenido que viajar tanto, me he reconocido mucho más cerca.

Pero como uno trabaja en una oficina y simplemente tiene un blog porque no tiene el talento suficiente para ser un escritor a tiempo completo, hay genios a los que admirar que ya lo escribieron de forma mucho mejor de lo que podría expresarlo uno mismo. Este es un extracto del recientemente fallecido Eduardo Galeano hablando del 15M hace unos años y no puedo estar más de acuerdo con el paralelismo, porque aunque aquí habla de una expresión ciudadana, lo mismo sirve para lo que yo defiendo, como bien establece en la frase que cierra el texto.

"Estos muchachos no parecen esperar órdenes de nadie, actúan espontáneamente y uniendo la razón a la emoción. Y bueno, me preguntan algunos pero ¿y cómo va a acabar eso? Ay, yo no sé cómo va a acabar, ojalá no acabe, pero si acaba ya se verá. Es como el amor, que es infinito mientras dura."

Ojalá nunca acabe, por los que aún creemos en ello. Por ellos, porque se lo merecen.

A R. por devolverme la fe y a S. por hacérsela tener a él

jueves, 28 de mayo de 2015

Suspiros al aire

Siempre me han gustado los textos cortos por la fuerza que encierran en pocas líneas, hay que jugar muy bien con las palabras para transmitir mucho con tan poco. Yo siempre recuerdo con viveza uno que me fascina. Se trata de Su amor no era sencillo, del genio uruguayo Mario Benedetti, que dice así:
"Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales."


En los últimos tiempos a raíz de tener el blog me ha surgido a mi un interés por tratar de hacer cosas similares. Las he ido colgando en facebook porque no tenían entidad para una entrada, pero he decidido recopilarlas cada cierto tiempo para que sean fácilmente accesibles y así los lectores del blog que no me conozcan, puedan leerlo tambien. No tienen títulos originalmente, pero se los he puesto para facilitar la ordenación. En unos casos dicen mucho y en otros poco.

Lo que sí tienen en común todos estos textos son que suponen suspiros al aire, pensamiento que verbalizar antes de perderse, ideas que recoger y gritos que callar; pero en todo caso: otra forma de dejar a mi corazón expresarse.


Chaleco antibalas
El silencio descerraja gritos cuando procede de una ausencia. Pero ambos sabían que sobrevivirían: él tenía el chaleco contra esas balas, mientras ella parecía tenerlo hacía sus palabras.


De tu espalda al cielo
Los arabescos que en tu espalda dibujarían mis dedos es la única moneda que me asegura plaza de viaje hacia el cielo.
Bésame y rompamos juntos el billete de regreso.


La belleza en tus detalles
Mientras apuraba la cerveza la miraba discretamente ocultándose tras el vidrio. Observaba detenidamente las imperfecciones de su rostro traducidas a través del reflejo de los tragos dados, y no podía dejar de preguntarse por qué anhelaba tanto tomar al asalto sus labios. Entonces un golpe seco lo despertó de su ensoñación.
Era su corazón, que de nuevo volvía a latir. Le estaba tratando de recordar que la belleza se encuentra en los detalles que solo nuestros ojos eligen.


Yonqui del amor
No creyó en el destino hasta que no se le puso delante. Él era yonqui y ella su traficante. Nunca la llamó camello, pues solo cambiaban sonrisas por besos en el cuello.


El reposo del guerrero
Ella ladeó con delicadeza la cabeza y acercó la boca a su cuello para susurrarle lentamente en el oído, como quien deja que el vestido de seda baje despacio lamiendo la piel hasta depositarse manso en los pies: No temas, confía en mi, no te voy a dejar caer. Cuando tus pupilas se dilaten por el pánico de ver como se aflojan los nudos de la cuerda que te mantiene sobre el barco, alarga el brazo al vacío y allí estará mi cabello para enredarse suave entre tus dedos y mis ojos se clavarán en los tuyos señalándote el camino hasta mi pecho. Descansa tu cabeza en él y yo te calmaré la sed.


Sonríe siempre
Si el día te vence y tu sonrisa se esconde, no te escondas tu. Mira a tu alrededor y verás cuantos hombros hay dispuestos a que reposes en ellos, cuantas manos tendidas preparadas para levantarte, cuantos dedos rebañando la lágrima de tu mejilla y palabras salidas de bocas amigas, listas para recordarte que nunca te olvides de sonreír.
No existen días malos para sonreír porque la sonrisa es el único medio de iluminar los días más grises.


Tu sueño, mi vigilia
Cuando los párpados de ella se cerraban, es cuando más despierto se sentía él. En sueños era el único momento del día en que esa sonrisa le pertenecía, hasta que todo se esfumaba llegada la vigilia, pero aún rebañaba los restos de ilusión que se desprendían de sus propios párpados para levantarse de la cama y afrontar un nuevo día.


Mujer
Estoy pensando de buena mañana que, después de meses en mirada introspectiva, he descubierto lo que soy.
No soy más que el reflejo del amor de las mujeres de mi familia cuando era un crío, del consejo de mis amigas mientras crecía, de lo que me enseñaron las mujeres a las que amé cuando ya era un hombre y de la ilusión por la mujer a la que anhelaré amar.
Gracias a todas, sin necesidad de que nadie nos diga que x día es el día de la mujer. Vuestros días son todos y que nadie os haga creer lo contrario.


Sonríe, por mi
Cuando alguien te pide que sonrias aunque no te apetezca no es porque te engañes a ti mismo,es porque la sonrisa de otra persona es el generador más fuerte de felicidad para la gente que te rodea y a la que tampoco le apetece sonreir

miércoles, 20 de mayo de 2015

Madrugadas

Cuanto placer esconde caminar de madrugada por calles desiertas. Cuando solo la tenue luz amarillenta de las farolas y el penetrante silencio son la singular compañía de los pensamientos. Es cuando mis ideas están más claras a pesar del alcohol ingerido la mayoría de esas noches en las que llego a besar el alba. Camino con pereza hacia casa, pues guardo el ánimo mínimo para mover los pies mientras mi cabeza está bullendo de frases que tenía que haber dicho y palabras que haber callado, de cosas que tenía que haber hecho o evitado. De si era el momento y el lugar o este no existe. Si existirá o la que no existe eres tú y todo me lo estoy inventando. Que quizá lo que está dictando mi corazón son versos que se deshilachan con el paso de los días antes de llegar a ser besos y yo solo sé ponerles remiendos para tirar adelante sin viaje de regreso.

Atravesando las calles y parques solitarios me fijo en los recovecos que forman las esquinas o las estructuras que ordenan la ciudad donde viven y mueren nuestros anhelos. Y no puedo evitar pensar en cada hueco al resguardo del frío de la gente donde podríamos ceder a nuestros impulsos. Como nos acomodaríamos pecho con pecho reclinados en la pared que sirva de colchón para el baile vertical que dicte el ritmo de nuestros labios. Puedo imaginarte nítidamente en la puerta de aquel garaje, a tres metros bajo el suelo, ocultos de miradas indiscretas; pegando la espalda a ese frío y gris edificio de formas tan cuadriculadas como la gente que no nos comprende; y sí, también me imagino en tu portal, al abrigo de los vientos que juegan con tus cabellos alejándolos de mis besos.

Y entonces es cuando pienso en como mis ojos dibujan arabescos alrededor de tu cuerpo cuando estás tan cerca que con solo estirar el brazo podría tocarte y no te das cuenta que te estoy mirando de soslayo, luchando por retener mis labios dirigiéndose a tu cuello. Entonces sueño en recorrer lentamente cada centímetro del mismo mientras suavemente aparto con mi mano tu pelo.Tus cabellos tintados en la oscuridad de la noche, donde se confunden belleza, deseo y hambre. Tu melena enjaulada entre mis manos, queriendo escapar de su forma perfecta para agitarse en todas direcciones sin preocuparse de hacia donde ir o quien la verá resbalarse.

Pero sigo caminando y cada paso me aleja más de ti, recorriendo los mismos lugares que nuestros pies besaron antes, doblando las mismas esquinas que ahora parecen más oscuras sin el brillo de tu piel, a la luz de quien envidia esa sonrisa, la luna. Y dan ganas de volver y excavar en los cimientos de tu casa para encontrar un lecho donde dormir cerca tuyo. Y ganas de gritar al aire que de nuevo pierdo otra oportunidad de callar murmullos, de vivir a ciegas, de arriesgar la vida en cada uno de tus segundos.

Y antes de entrar al portal las primeras luces del alba se vislumbran reflejadas en los charcos de las calles. Y en esa penumbra a la que mis ojos se han acostumbrado es cuando lo veo todo claro: no sueño durmiendo, vivo soñando con tu cuerpo.

viernes, 8 de mayo de 2015

Sirena varada

La brisa zumbaba tranquila a través de la ventana abierta para sofocar el calor del final de la primavera y el incipiente verano que asomaba tras los exámenes. No quedaban muchos días pero él estaba acostumbrado hasta poco tiempo antes a leer todo lo que caía en sus manos excepto los apuntes. Siempre había sido un chico tranquilo y curioso; con un libro y la posibilidad de aprender algo nuevo había encontrado su paz interior. Quizá de ahí venía su natural timidez que le apocaba ante las mujeres.

A pesar de que ahora estaba leyendo en su cuarto, algo había cambiado en los últimos meses; no lograba concentrarse en la lectura más allá de breves minutos y se ahogaba en la espesura de la espuma blanca que suponen las hojas de un libro agitadas por olas de tinta negra que te suben y bajan a su antojo por extraños parajes y estados de ánimo.

Conocía los libros electrónicos que tan de moda se habían puesto y reconocía su utilidad; incluso tenía uno, pero ahora estaba saboreando con las yemas las arrugas de un viejo volumen con escritos de Homero que había heredado de su abuela. Siempre le había interesado la mitología y tradición helénica, pero nunca había encontrado tiempo para leer a los clásicos. Quizá por eso ahora que su vida estaba más agitada que nunca necesitaba olvidarse de la vorágine del presente y refugiarse en el pasado, donde el tiempo no parecía correr tan deprisa o donde quizá la gente no viviese tan atrapada por ese tiempo. O la falta de él.

Así es como se había decidido a iniciar la Ilíada. Ese día había empezado a leer apenas unas páginas cuando se sintió sin fuerzas para continuar concentrado y decidió ir a entrenar a la piscina. Si algo le gustaba más que leer era nadar. Allí dependía de sí mismo, él contra el mundo; la fortaleza de sus músculos ante la resistencia del agua, que se abría a su paso como una flecha clavada en un corazón ajeno.

Posó el libro en la cama, justo en el momento que Ulises hablaba con la diosa Circe en la isla de Eea advirtiéndole de los peligros de su futuro viaje, y descolgó el teléfono. Al otro lado la voz de su entrenadora sonó fuerte y sorprendida porque hoy era su día de descanso. Le advirtió de que la piscina estaría llena de chicas disfrutando del buen tiempo, sabiendo que eso le distraería, como siempre le ocurría, y que no aprovecharía el entrenamiento. Pero cuando se trataba de nadar, él era terco, así que ella simplemente le advirtió divertida que usase el MP3 en el agua para no oir los gritos juveniles de los juegos dentro y fuera del agua. Le dio ordenes de las series a realizar mientras él apuntaba con trazo ágil en su pequeño cuaderno de entrenamientos del que nunca se separaba y se encaminó hacía las piscinas municipales donde acudía casi todos los días del año.

En la puerta vio la larga cola que su entrenadora ya le había anunciado, pero con la decisión que da la confianza, se acercó al personal de seguridad y les enseño su carné federado para que le dejara pasar. No hacía falta, Alberto le conocía de sobra y siempre le saludaba amistoso a la entrada y la salida. Tras ponerse la ropa de baño se dirigió a su calle preferida, la 7, mientras pensaba en que música escucharía aquel día. Sabía que el marcado ritmo del rap le dificultaría mantener el ritmo así que como no se sentía del todo motivado decidió poner La Fuga, que siempre le impulsaba.

Después de saludar a algunos compañeros que ese día simplemente disfrutaban del baño, se lanzó al agua y tras unas brazadas de calentamiento enseguida notó que realmente estaba nadando a unos ritmos muy altos como si su cuerpo estuviera impulsado por un fuerte viento hinchando la vela mayor de un barco. Cada brazada le alejaba más de su vida y le acercaba al vacío absoluto en su mente mientras la voz rasgada y triste de Rulo mantenía vivos el resto de sus sentidos. Todo iba bien hasta que empezó a notarse molesto debajo del agua por los reflejos que inundaban sus gafas a través de la húmeda película de la superficie.

Emergió la cabeza pensando en qué serían esos extraños reflejos que le distraían de sus brazadas. En cuanto salió del agua supo de donde venían; vio esa sonrisa que llenaba la sala con aire despreocupado, como si no fuera consciente de la poderosa arma que ostentaba entre sus labios.

Intentó continuar con su entrenamiento, pero el vacío de su cabeza se estaba llenando con pensamientos acerca de la chica desconocida que acababa de contemplar. Con esta distracción, sus piernas parecían pesar como dos áncoras que anhelan posarse en el arenoso suelo para fondear y el tiempo marcado en los siguientes largos le desanimó a continuar. No podía dejar de pensar en esa sonrisa. Circe le había advertido sobre el ruido que habría en la piscina, pero no le había dicho nada de lo que sus ojos verían.

Ella estaba al borde de la piscina tomando el sol y era del tipo de chica con la que él no se atrevería a hablar nunca. Pero algo parecía impulsarle aquel día, algo se le clavaba dentro como un gancho y le atraía hacia ella. Al salir del agua, la rodeó con pasos tímidos hasta ponerse frente a ella y antes de que se le pudiera ocurrir algún tipo de saludo para romper el hielo, ella dijo-Hola Uli, me llamo Penélope- y le sonrió.

Se quedó mudo, ella le conocía, sabía su apodo. Su primer impulso fue sentarse junto a ella y lo intuyó. Su cerebro intuyó lo que su corazón ya sabía desde que había emergido minutos antes: la piscina y los libros ya no eran tan importantes. Que esa sonrisa podía parar el tiempo para él como siempre había soñado.



*Quería hacer un texto diferente y original (no porque no lo haya hecho nadie, porque no lo había hecho yo) y me he decidido a actualizar a nuestro siglo el mito de Ulises y las sirenas contenido en la Iliada aún a costa de perder agilidad en el escrito y algo, o mucho, de belleza estética.
El título como muchos habréis reconocido, no puede venir de otro sitio que de la fantástica canción de Héroes del Silencio, Sirena varada.

martes, 28 de abril de 2015

Chicos de barrio, vidas sencillas.

Gorra Grimey que se añade a mi colección.
Lema para una vida.¿Acertado? Tú decides.

Recuerdo ser feliz de niño y adolescente. Nunca tuve unas zapatillas de marca ni un chándal con logo patrocinador de grandes estrellas. Nunca tuve la última videoconsola, ni nada que se pareciera a un lujo o que generase envidia en el colegio/instituto. Pero creo poder identificar los mejores recuerdos de esos períodos y ninguno incluye cosas materiales.

Uno serían mis fin de semana con la caravana en pueblos de toda la provincia de Burgos, junto a un pequeño grupo de chicos y chicas de mi edad. No teníamos electricidad ni por tanto televisión o videoconsola, pero nos teníamos a cada uno de nosotros y danzando en libertad por el campo es como nos divertíamos, haciendo mil cosas con la capacidad de inventar que solo da la niñez. El otro serían mis tardes enteras en el parque jugando con mis amigos unos bancos en la plaza, al béisbol o baloncesto...hasta hacernos ampollas gigantes en los pies y llegar chorreando sudor, cansancio y brillo en nuestros ojos.

No cuento mis recuerdos porque sean especiales, sino por algo a lo que llevo dando vueltas unos días, una pregunta que recorre mi cabeza en todas direcciones:¿y si la felicidad está en el margen? El borde del camino que nos han marcado, que nos han prometido, que nos han vendido. Y quizá tenga ahora más fuerza esta pregunta por mi propia vida, pero también por lo que veo en el día a día con mis niños (como apelativo cariñoso, pues como canta Morf  en la canción que escuchaba hoy "tengo amigos de 20 que os triplican a todos, por lo menos, en coeficiente.") de La Parada, quienes están ahora en ese período justo de la vida para cimentar el futuro.

El otro día hablando con dos de ellos, pero es una conversación que ha salido con otras personas también especiales, hablábamos de trabajo y dinero. Su pensamiento era muy similar al mio a su edad: lo ideal parecía ser obtener un puesto cuanto más alto mejor, cuanto más dinero mejor...cuanto más estrés mejor, cuanto menos tiempo para ti mejor. Yo me oponía, hace muchos años que mis ideas no caminan en esa dirección. Ellos ven el futuro desde el presente y yo veo el pasado desde ese futuro que buscan.

No seré yo quien niegue la importancia del dinero en la sociedad en la que vivimos. Tener dinero es importante, ¿lo es tener mucho dinero? Desde pequeños mi generación, la supuestamente mejor preparada, ha sido dirigida con promesas a estudiar en el colegio para poder acceder a la universidad, siendo considerado por muchos padres un fracaso el que su hijo no lo hiciera. Sacar una carrera y estudiar inglés para obtener un trabajo. Obtener un trabajo para después escalar en la empresa y tener dinero para comprar un coche e hipotecarse en un piso. Crear una familia para tener hijos. Y después, morir.

Hemos hecho lo que nos dijeron, ¿y qué nos hemos encontramos? Vacío y desolación; una sociedad en crisis que no responde a nuestras expectativas. Trabajos depauperados en los que se nos maltrata y sueldos que menosprecian nuestra formación; y eso quien no ha tenido que salir fuera, o quien todavía busca. Hicimos todo lo que nos dijeron, pero su camino no era tan liso. Quizá la culpa también fue nuestra por creerles con la ilusión de la adolescencia, las ganas de vivir y llegar a lo más alto; incluso, por qué no, anhelando ser famosos. Y ahora mismo (tras conseguir años después de egresado varias de las cosas que nos prometieron) yo digo, como mi gorra: fuck fame. Aún soy joven, pero ya no quiero trabajar en una de esas empresas picadoras de carne, tampoco me interesa ser directivo de una gran empresa como antaño, ya no quiero escalar a lo más alto; quiero vivir (en el sentido amplio, me da igual donde tenga casa) cómodo en lo más bajo, en la base, con mi gente, ayudando, en el barrio. Si no es en Capiscol, en otro barrio obrero; allí es donde me siento yo y sintiéndome yo, es como soy feliz. 

Ese es el margen de mi camino. Y lo he identificado en gran parte gracias a ese grupo de hombres y mujeres en torno a la veintena que me han recordado lo que es el hambre por vivir, la ilusión y la locura a partes iguales, la risa continua que contagia. Que nadie los menosprecie por la cifra en su carné de identidad. Les queda mucho por aprender en la vida, aunque ahora no lo saben, y si lo leen no lo creerán, pero quizá lo recuerden dentro de 10 años cuando echen la vista atrás. Pero nadie les quitará estos años en los que tienen que disfrutar para crecer posteriormente. Y a mi nadie me quitará lo que me han enseñado, probablemente sin saberlo, porque de toda relación humana se puede aprender y los prejuicios a veces chocan obstinados contra la realidad.

Esta entrada es por ellos, por mis hermanitos pequeños (también por mi hermano). No significa que el camino de su felicidad esté en el mismo margen que el mío; cada uno tiene el suyo porque la felicidad es un estado etéreo. Que viene y va, que juega con nosotros y que cada uno identificamos de una forma. Me basta con que si lo leen, lleguen a reflexionar algún día sobre lo que realmente quieren en la vida para ser felices, cuál es su camino y lo que necesitan para conseguirlo. Y que una vez identificado, vayan a ello con todas las ganas de comerse el mundo, porque pueden con todo. Que escuchen a todo el mundo pero que solo ellos se digan a sí mismos después de intentarlo, una y otra vez, que no pueden. Y que cuando flaqueen sepan que aquí tendrán un hombro más en el que impulsarse.

Yo ya he visto cual es mi camino. Como canta Suite Soprano en la frase que cierra esta entrada; soy un chico de barrio, al que le gustan las cosas sencillas; las que no da tanto el dinero, como la relación humana. No celebro con champán, celebro compartiendo mis lágrimas (y carcajadas) con mi gente. Me conformo con que la vida nos sea amable. Y que cuando no lo sea y esté cayendo, tenga tantos brazos sosteniéndome en el aire como ahora tengo.

"Chicos de barrio,vidas sencillas. No trajimos champán, trajimos nuestras lágrimas" (Suite Soprano, Mierda Sticky)

viernes, 17 de abril de 2015

Atrévete

Había recorrido aquel camino centenares de veces en su vida. Desde que era una niña, cuando quería salir del excesivo hastío que la suponía la comodidad y perfección exterior de su hogar. Entonces fingía alguna excusa que sus padres dócilmente creían y se dirigía con paso firme por el pedregoso camino que conducía hasta el acantilado. Era un recorrido que tendía constantemente hacia el cielo, pero ella disfrutaba de la sensación de los guijarros clavándose en la planta de sus pies, creando pequeñas hendiduras que sanar secretamente en casa. La gustaba pensar que era el peaje que debía pagar por disfrutar de aquellas vistas en las que se sentía libre. Allí se abstraía y el tiempo volaba hasta que un vistazo fugaz a la muñeca cuando la luz de la luna empezaba a bañar su cuerpo recordaba que era tiempo de regresar.

Pero aquella mañana era distinta. En su casa no había nadie a quien engañar con alguna torpe excusa y tampoco hubiera hecho falta, pues ya no era aquella niña que se escapaba en secreto. A pesar de que aún conservaba su aspecto grácil y delicado debido a su juventud, se había convertido en una mujer. Lo que permanecía inalterable eran los secretos que su corazón guardaba. Nunca había sido capaz de contárselos a nadie porque cada vez que esa idea cruzaba su mente, un fuerte nudo la ataba las cuerdas vocales a un silencio irrompible. No la creerían, pensarían quizá que estaba loca, aún tenía que madurar... todos esos pensamientos se entrecruzaban en esos segundos entre la orden que su cerebro daba a su boca para que hablara y el momento en el que el corazón rechazaba el mandato.

En la alborada de aquel día, cuando sus ojos comenzaban a abrirse con la pereza de las primeras luces que van recorriendo las calles, había tomado la decisión. Durante una hora se había visto incapaz de levantarse de la cama, paralizada por la falta de motivos para hacerlo, para emprender otra jornada de rutina insípida y aburrida. Entonces había resuelto emprender el camino al acantilado y liberarse al fin de todas las ataduras.

El recorrido que normalmente pasaba en segundos por su cabeza, la habían parecido horas en aquella ocasión, dando vueltas a su decisión. Pero finalmente había llegado al borde donde tantas veces jugó a que su vida era otra. Se situó al filo del vacío y recorrió con la vista toda la pared. Contempló con deleite el escarpado de metros y metros de roca horadada por tantos años de agua y viento golpeando hasta la extenuación; llegando hasta donde la bravura del mar parecía reclamarla en la espuma blanca que se colaba por las rendijas creadas por el tiempo. Todo ello la recordaba a cuando de niña espiaba a su hermano mientras se afeitaba provocando con cada pasada heridas en su piel debido a la inexperiencia que a ella la hacían sonreír. 

Recordaba la primera vez que se había atrevido a mirar abajo. Fue un día de septiembre, cuando tras volver del instituto había subido de nuevo en secreto y al llegar arriba había visto a aquel chico sentado en el borde. Paralizada por descubrir que ese lugar no solo la pertenecía a ella, se había quedado petrificada, incapaz de decir nada y observando a ese extraño que, de espaldas, no la había visto. Pasados apenas unos minutos, él se había puesto de pie y en un segundo se había lanzado mar abajo. No pudo parar el grito que le brotó de la garganta pero que se había ahogado en el contacto con su lengua. Corrió hasta el borde y al fin se atrevió a mirar abajo. No vio nada.

No conocía a aquel chico y no dijo nada, pero pensó que en un pueblo pequeño como el suyo su desaparición sería la comidilla en los días venideros. Leyó el periódico con fruición, prestó atención a cada conversación e incluso intentó forzar preguntas que llevaban a carreteras muertas. Parecía que aquel chico había aparecido de la nada. Pasados unos días se había atrevido a volver al acantilado para situarse en el borde. Al mirar hacia abajo, allí estaba aquel chico bañándose en el mar, luchando contra el oleaje con una sonrisa en su cara. Cuando él la vio la invitó a unirse a él, algo que ella rechazó. Lo mismo sucedió cada día que subió al acantilado, fuera verano o invierno, en los años siguientes hasta entablar una relación de confianza mutua a base de palabras y sentimientos, que ninguno de los dos quiso romper acercando su distancia física, pues también ella le había invitado a subir para estar juntos, obteniendo la misma respuesta.

Habían hablado mucho de sus vidas y él parecía entender a la perfección lo que la sucedía. En muchas ocasiones, la había forzado de forma pícara a casi tomar la decisión de bañarse con él mediante un suave atrévete que penetraba dócilmente por su oído y se acomodaba en sus pensamientos. Pero ella no se había atrevido. Hasta aquella mañana.

De pie en el acantilado, jugó con su pie derecho por el borde con la sensación de peligro que supone asirse a la vida solo con un punto de apoyo. Pero en aquella ocasión él no estaba bañándose. Le llamó a gritos sin resultado. No intuía que, como el día que se conocieron, él sí estaba viéndola. Situada en el borde no podía ver como la observaba en silencio a su espalda. Y él estaba incapacitado para hablar, absorto por su belleza ahora que la contemplaba de cerca.

Con pasos pequeños y lentos se fue acercando mientras ella jugaba en el borde y le llamaba. Se situó a centímetros deseando empujarla al mar con él pero incapaz de hacerlo, pues quería que ella por sí misma tomara la decisión si es lo que deseaba. Allí situado a su lado, cuando la respiración que exhalaba directamente a su cuello se mezclaba con la brisa marina hasta besar su piel, había alzado los brazos hasta situarlos centímetros por encima de sus hombros, como quien se calienta en una hoguera guardando la distancia justa para no quemarse. En esa posición había empezado a recorrer sin tocarla el contorno de sus hombros desnudos, anclando su mirada al dibujo que formaban la unión de ambos en su espalda, bajando por los brazos y se había imaginado desatando cada uno de los nudos de su espalda con delicados movimientos de sus manos que respondieran a la violencia de su corazón. Cuando ella calló de llamarlo y echó la cabeza ligeramente hacia atrás para mirar al cielo, la punta de sus cabellos revueltos en todas direcciones por el viento jugueteaban con las cosquillas de su rostro sin que él pudiera evitar el esbozo de una sonrisa de satisfacción por ese ligero contacto entre ellos.

Pero ella siguió sin percatarse de su presencia y a pesar de que al echar la vista al cielo había pensado simplemente en dejarse caer y esperar en el mar a que él apareciera, no se había atrevido. Sin sus palabras acuchillándola los pensamientos no se sentía capaz de dar el paso. Así que decidió sentarse en el borde a esperar o a simplemente dejar pasar el tiempo, mientras él la observaba callado. Estuvo horas oteando el horizonte y la calma de un mar habitualmente bravo cuando él se bañaba, pero aquel día no estaba allí. Decepcionada, decidió emprender el camino de regreso a casa, pensando al igual que en la subida si su decisión era la correcta o la faltaba determinación.

Sabía que su corazón deseaba bañarse junto a aquel chico que siempre la miraba desde el mar, invitándola a vivir, pero su cabeza había decidido morir viviendo ahora que le tenía tan cerca.

miércoles, 15 de abril de 2015

Mi hermano

Cuantas veces le he hecho rabiar, le he contestado de mala manera, cuantas le he engañado aprovechándome de la diferencia de edad y cuantas le habré hecho llorar, lo que me ha partido el corazón verle así exclusivamente por mi culpa,  muchas de las veces sin razón. Cuantas veces le he amenazado y aunque ahora no lo recuerdo concretamente seguro que también le he golpeado alguna vez. Y él siempre me ha perdonado.

La relación entre hermanos es por lo común una constante de amor-odio hasta que se crece lo suficiente. Pero un odio(enfado más bien) instantáneo, del que no perdura más allá de unas horas porque sabes que quien tienes enfrente es la persona que más tiempo ha compartido contigo junto a tus padres, que te conoce desde crío y te ha visto crecer día a día, cambiar, madurar... Y lo más importante, te ha visto en todos los estados de ánimo posibles y los ha descifrado.

Recuerdo una noche especialmente, de hace unas semanas, en el que de madrugada me tumbé encima de la cama en medio de un llanto prolongado. Él se despertó y vino a cuidarme, me ordenó que me metiera entre las mantas, me consoló y arropó. Y al día siguiente no dijo nada sobre ello, porque el silencio es el mejor pacto entre hermanos cuando las palabras no solucionan nada ni son necesarias.

A pesar de todo lo que describía en el primer párrafo, una cosa tengo muy clara. Y es lo que canta perfectamente Suite Soprano en su canción Como hemos cambiado: "A mi me puede dañar cualquiera, ni el primero ni el último que me agrediera. Pero ten claro que si jodes a mi hermano...juro por Dios, te lanzo un tostador a la bañera" Y espero que él también lo tenga claro.

La mayoría de los que estáis leyendo esto ya le conocéis y a los que no, estáis tardando porque no tengo palabras para expresar lo orgulloso que estoy de él, algo que quizá nunca le haya dicho. A pesar de que nunca me ha hecho ni caso en mi insistencia para que no cometiera el mismo error que yo con el inglés, he contemplado como se ha moldeado con los años y no puedo estar más satisfecho. Admiro su tenacidad en el ámbito académico pero sobre todo fuera, en el terreno de juego real, en el de la vida. Continuamente con la sonrisa en la boca y con ganas de hacer reír al resto, más maduro siempre de lo que su edad determinaría, con unas tremendas ganas de vivir y teniendo claro lo que quiere en el futuro. Y una fiesta de nivel élite mundial, no se olvide.

Dicen que nos parecemos físicamente. No lo sé, creo que ninguno de los dos lo pensamos, pero lo que sí tengo claro es que nos parecemos en muchos otros aspectos aunque con personalidades muy diferentes. Él ha tenido que soportar la carga de heredar mis apodos y comparaciones por ser el hermano pequeño; espero que le haya sido leve porque tengo claro que él se merece ser reconocido por sí mismo y no por ser "el hermano de" ni el apodo jr. correspondiente.

Hoy es su cumpleaños. Y no sabía muy bien que regalarle. No solo materialmente sino un detalle de carácter más emotivo que siempre me gusta tener. Ya le he hecho montajes y collages suficientes así que he pensado que por qué no escribirle desde aquí. Nunca le había dedicado unas palabras y creo que es buen momento de hacerle saber lo que pienso de él y haceros saber al resto lo feliz que me hace tenerle a mi lado.

Felicidades Héctor, te lo mereces todo. Aquí me tienes siempre para ayudarte a conseguirlo.

MHES.

martes, 14 de abril de 2015

La Revilla



No creo en el destino. No creo en nada que se salga de la vía científica, pero si se diera el caso que llegara a existir este, no tendría palabras de gratitud suficientes por darme la oportunidad de llamar a La Revilla (en realidad La Revilla y Ahedo oficialmente a nivel municipal) mi pueblo. A mi me enganchan los lugares cuando hay personas que los hacen especiales, y al igual que me ocurre con La Parada, mi particular paraíso en la Tierra es este pequeño pueblo al sur de la Sierra de la Demanda. 

Seguramente hay otros pueblos maravillosos donde podía haber encajado, de hecho el pueblo de mi madre es Mecerreyes, una población con mucho mayor calado pero que a mi nunca me llenó porque no conocí a las personas que hicieran especial ese lugar. Y sin embargo sí las encontré en La Revilla; personas con las que he compartido un fin de semana de los que llegan muy a dentro por su significado. Porque nos hacemos mayores ya, quién lo diría cuando nos conocimos jugando a mosca, haciéndome pagar la condición de extraño, con menos años que dedos en las manos o cuando empezamos a hacernos mayores en aquel chamizo de la loma. Y ahora tenemos nuestra primera boda (felicidades Alba y Diego, perdonadme que no incida más, pero seguramente tendréis oportunidad en el futuro de leer una entrada solo para vosotros)

Este finde rememorando las anécdotas propias y ajenas de tantos años, me ha llevado a pensar en la influencia sobre mí y mi forma de ser. No sé si en otro pueblo podría haber sido mejor o peor persona, pero difícilmente podría haber sido más feliz de lo que he sido aquí y podría estar tan satisfecho de como me ha moldeado. Allí aprendí a nadar, conocí el desamor por primera vez, seguramente besé por primera vez, fumé mi primer cigarro, tuve mi primera borrachera y mi primera pelea, conocí mi primer amor de verdad...sé que no digo nada especial. Cada uno en sus pueblos ha podido tener las mismas experiencias, pero yo no estoy en vuestras cabezas y corazones. Solo puedo ver las mías como especiales por la intensidad que tienen para mi.

Por eso y porque mi familia no tiene allí un hogar, somos personas totalmente extrañas con nuestra casa rodante que deciden veranear allí por la tranquilidad y la piscina y quedan absolutamente prendadas del lugar. De como nos ha acogido todo el pueblo; de como no tenemos ascendencia allí pero si alguien nos pregunta de quien somos, solo tenemos que decir: los de las caravanas, como una especie de mote que perdura con los años. Y es que ya son más de 20 acudiendo allí con regularidad. Ojalá si algún día tengo hijos y nietos les pregunten de quien son en La Revilla y puedan decir "los de las caravanas", aunque tengamos ya una casa, porque hayamos echado raíces en aquel lugar.

Quien lea esto y no conozca el pueblo pensará que tiene muchas cosas, que quizá sea un pueblo grande, que somos mucha gente...no. La Revilla, más allá de tener piscina (y quizá la gran cantidad de juventud que integra cada grupo generacional), cosa que pocos pueblos de su pequeño tamaño pueden decir, no tiene nada especialmente distinto a otros pueblos . Bueno sí, las personas. Con sus cosas buenas y malas, pero allí he conocido a mi grupo de amigos. Nada ha sido un camino de rosas, como cualquier grupo que se junta de forma heterogénea en torno a un lugar y no por su propia elección; pero para mi han sido la mayoría de ellos apoyo en el camino. Me han visto reír, me han visto llorar, me han aconsejado, me han distraído y divertido, acogido en sus casa, enfadado y reconciliado...me han hecho sentir el calor de la relación humana en su sentido más amplio, me han hecho sentir el pueblo como mio. Me han hecho sentir comprendido, querido y protegido.
Pero no solo mi grupo de amigos, también otros grupos de jóvenes de otras generaciones con los que me he reído a carcajadas y con gente adulta (cuando yo no lo era, pero ahora también) que me ha mostrado siempre un cariño inmenso, particularmente los padres y madres de mis amig@s.

Y gracias a que he podido sentir el pueblo como mio, también siento cuando estoy allí la calma que transmite. Para mi La Revilla es mi lugar sagrado, donde nada me puede hacer daño pero donde un mínimo roce me afecta. Allí encuentro mi liberación mental. Si tuviera una casa allí seguramente mucho de estos findes en los que arreciaba la tormenta les habría pasado allí y habría echado el ancla para frenar la deriva del barco.

Me gustaría hablar mucho más de mi pueblo, encontrar las palabras que lo describan con absoluta precisión y belleza...pero no es posible. El sentimiento que nada dentro de mi sangre para con este pueblo es superior a mi, escaso, talento literario. Lo único que puedo hacer es invitaros a que lo conozcáis conmigo. A que paséis cualquier día de verano a bañaros en su piscina; de invierno a apreciar la tranquilidad de un paseo por la nieve; cualquier día de otoño a subir "la Cuesta" o "la Peña" y de primavera a apreciar lo vivo que está el pueblo cuando los primeros rayos de sol empiezan a desperezar las calles del invierno sufrido.

Juntos desde los 80.


jueves, 9 de abril de 2015

La sonrisa del peregrino

La tormenta arreciaba aquella noche, no había dejado de castigar su andadura en unas horas que parecían meses. La oscuridad y el repiquetear de la gruesa lluvia sobre la tela plástica de su chubasquero era roto solo por un resplandor que iluminaba su semblante, triste en aquel punto del viaje, seguido del sonido profundo de los dioses gritando por su alma. Apenas podía mantenerse seco, ni por fuera ni por dentro, con aquel fino ropaje que había comprado en un bazar en su último viaje por tierras desérticas, así que decidió moverse buscando protección.

Aaron siempre había sido un peregrino. Pero de ese tipo que solo siguen adelante si no encuentran el calor de un hogar que le acoja, de esa clase a los que les pesan los pies para dejar la comodidad en búsqueda de nuevas aventuras. No tenía problemas en pasar largas estancias en un mismo lugar y en el momento de emprender viaje solo podía arrastrar los pies en busca de nuevos paisajes, aunque muchas veces regresaba a los ya conocidos para tener una visión novedosa de ellos. De hecho siempre le habían movido más las personas que los lugares.

También en el amor le gustaba pensar que era de ese tipo de peregrinos. En búsqueda continua, al final siempre había encontrado un chispazo que le había enganchado, un detalle que hacía diferente a la mujer que tenía enfrente. Cada persona tenemos un detalle que nos particulariza y nos hace atractivos para los ojos ajenos. A él le habían enganchado cosas muy diferentes: unas veces había sido la finura de unos labios que parecen querer esconderse para que sea más difícil besarlos, otras la forma de colocar las manos sugiriendo mil y un pensamientos o el dorado de unos ojos en los que ver reflejado el tesoro que todo hombre quiere encontrar. 

Con todo, cuando hablaba de ello, lo que más le gustaba era recordar la frase del personaje de Dante en la película Martin (Hache), creía que era una bonita forma de encerrar el secreto de la diferencia entre atracción y seducción: "Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar. La mente, Hache, yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes."
Esa había sido siempre su obsesión: sentirse atraído por un detalle y la necesidad de comprobar si detrás de ese detalle había también una mente que le sedujera. 

Necesitaba recuperar el calor de su cuerpo y la sequedad en su piel, por lo que decidió entrar en el primer sitio que encontró. Un antro de luz tenue donde pasar desapercibido y poder acercarse a la estufa que seguramente habría calentando el lugar. Abrió la puerta con pesadez pero con rapidez para resguardarse y vislumbró la estancia. Estaba más llena de lo que había esperado pero le serviría para su propósito de guarecerse unas horas.

Nada más entrar y dejar las ropas mojadas a un lado, reparo en otro de esos detalles que le habían cautivado toda su vida, que habían dirigido sus pensamientos mil y un días con sus mil y una noches de delirio. Una sonrisa. Había visto antes miles de sonrisas y le quedaban por ver otras miles porque siempre había encontrado el mayor placer en hacer reír, pero esa tenía algo especial para él. Quizá sería la pesadez del viaje que hacía anhelar un gesto amigo o quizá era verdaderamente especial. Quizá podría descubrirlo en esas horas.

Estuvo observando a la poseedora de esa sonrisa. Su aire era distraído pero sus ojos anunciaban más de lo que sus labios decían; el pelo parecía caerle sobre el rostro tratando de ocultar su boca de miradas indiscretas, pero era una misión imposible pues cuando reía, se extendía amplía y triangular por su faz queriendo llenar cada ángulo de esa sala, pareciendo anhelar iluminar la penumbra que apenas proporcionaban las dos lámparas amenazando con descolgarse del techo en cualquier momento y la pequeña llama de la estufa en un extremo. 

Después de unos minutos observando, creía haber descubierto el misterio de esa sonrisa. Combinaba a la perfección con el resto del rostro. La forma en que el cabello la escondía, la manera en que los párpados bajaban su intensidad para encerrar los ojos y el modo en que la sonrisa se desplegaba amplia pero retraída, con un aire de timidez que parecen demandar cuidado y protección, aunque en realidad no fuera necesario. 

Y entonces lo supo, su parada no sería por unas horas. Su viaje había terminado por el momento, necesitaba descubrir si ese detalle encerraba también seducción.

Y sonrió. Al fin sonrió. 


martes, 7 de abril de 2015

De tu vida

Estaba jadeando cuando llegó a aquel lugar. El sudor perlaba su frente y la respiración se le entrecortaba, tenía dificultades para mantenerse en pie y la garganta le dolía de ver como el aire frío de la noche le había inundado las cuerdas vocales. No solo había tenido que correr, también había tenido que nadar para huir del agua salada que notaba pugnando a la altura del cuello. Los miedos eran para él kilómetros que se acortan y mares que se ensanchan.

Pero en ese punto el miedo ya se había difuminado, sabía que había ido lo suficientemente lejos en su huida porque estaba lo suficientemente cerca. Entonces decidió relajarse, ponerse cómodo en aquel sofá que parecía querer abrazarlo toda la noche y pedir una bebida que le ayudara a recuperar resuello. Pronto recobró el habla y la conversación fluyó a su alrededor como lo hacía siempre que se sentía cómodo. Era imposible no estarlo en aquel espacio.

No fue hasta pasado un largo tiempo, que para él habían sido segundos, cuando reparó en quien estaba sentado a su lado. Eran unos hombros finos y delicados, aunque por entonces no lo sabía pues tímidos se escondían en un pesado jersey; una melena que parecía querer ocultar la travesura de la inocencia y unos ojos que se movían de un lado a otro, inquietos, pero que se recogían cuando se notaban observados y hacían callar todo lo que antes decían, hasta llegar a ese tipo de silencio que hace que solo se puede romper con el sonido de unos labios posándose en otros o en la piel desnuda.

No se atrevió a decirla nada, nunca había sido su estilo: demasiada vergüenza, demasiado temor...había sido siempre su actitud ante la vida en todos los campos. Aún sabiendo que se equivocaba, siempre prefirió volver a casa preguntándose como hubiera sido y si lo que decían los ojos que le miraban también lo dirían sus labios, antes que experimentar el fracaso del exceso. Se tambaleó de vuelta y durmió con la mezcla en su boca del amargo de las lágrimas y lo dulce del carmín que creía poder alcanzar.

A la mañana siguiente su cabeza parecía un ring de boxeo, no solo por el martillo que pretendía destrozarle por dentro, también por la lucha que mantenían sus ideas recorriendo su cerebro de un lado a otro. ¿De qué tenía miedo? ¿Qué tenía que perder si nada poseía ya más que el quejumbroso errar de sus pasos? Y lo decidió, decidió cambiar su vida. Nada se pierde intentándolo. Lo repitió una y otra vez hasta hacer que él mismo se lo creyera.

Quiso buscarla, pero no la encontraba. No sabía nada de ella, no sabía donde trabajaba, no sabía si era de la ciudad o si acaso estuviera de paso y sería un sueño ya inalcanzable. Entonces decidió asirse al único cabo de amarre que le restaba: aquel lugar donde la conoció. Volvió cada noche sin lograr vislumbrar siquiera alguien que se le pareciera entre la muchedumbre. Pero de pronto, cuando creía que ya debía desistir (aunque él sabía que eso era un mandato de su cabeza que su corazón no obedecería), la vio apoyada en la barra con aire ausente y con la soledad a su alrededor. Supo que había llegado el momento, que de verdad él había cambiado por dentro y se dirigió a ese cruce de caminos. Tocó el hombro de ella todo lo suavemente que pudo debido al temblor y decidió actuar.

Entonces posó sus labios en su oído y la susurró: hazme el amor. Calló, pensó por un instante que de nuevo estaba cometiendo el mismo error, la misma piedra en la que sentía necesidad de tropezar, pero no pudo frenar las palabras que le salían a borbotones desde el corazón, pues hacía rato que este había tomado el mando. 

Y al fin lo dijo: hazme el amor, pero de tu vida.



*Agradecimiento especial a Andrea M. por su foto de instagram con el lema Trato de pensar que nada pierdo intentando; al escritor/a anónimo que decidió plasmar en una pared de Capiscol la frase: Hazme el amor...pero de tu vida; y a Víctor G. que a través de su facebook me ha dado a conocer unos versos de Marwan que desconozco si pertenecen a una canción, poesía o lo que fuere (que al final es lo menos relevante):

Me dicen que es de tontos
tropezar tres veces en la misma piedra
pero es que ella era una piedra
sobre la que merecía la pena caer,
resbalarse,
hacerse herida.

Todo ello es lo que han hecho que mi corazón decidiera plasmar este texto, con mayor o menor fortuna, a través de las palabras de mi cerebro.

lunes, 30 de marzo de 2015

Sagrado (Holy)

Hacía mucho tiempo que no escribía unos versos, y como me han picado con ello, he decidido probar a ver si todavía sabía hacer algo parecido a una poesía. Y la verdad es que me ha gustado volver a ello, ver que a falta de preciosidad estética, aún fluyen con naturalidad mis pensamientos hacia el papel. Ver que aún puedo seguir hablando de todo y de nada con mis propios códigos, poner un candado a mis pensamientos para compartirlos. Jugar con las palabras y dejar la duda de si dicen algo o son puro artificio. Nadie lo sabe, ni yo mismo. Es lo sagrado de seguir vivo.


SAGRADO
Cae la noche sobre los párpados,
sueña la vida con ese instante,
en el que no existan manos,
para frenar tus labios en silencio.

Es tan sencillo jugar con palabras,
como si las yemas de los dedos
pudieran recrear la magia
que se desprende de dos cuerpos.

Cabello azabache al viento,
rodeando la piel que habito,
como si todavía mis huesos
fueran de algo descanso y refugio.

Lo sagrado de seguir vivos,
mirando el futuro de frente,
con nada aún escrito,
pero todo pintado en el aire.

Morir en el reflejo de unos ojos
y vivir en una sola sonrisa,
descifrando un gesto inocente.
Matando y muriendo sin prisa.

Inspirando, expirando.

Y todo tan inerte, como la vida. 



viernes, 27 de marzo de 2015

Erizame la piel

Tú no me conoces. Y yo tampoco a ti. O quizá sí y aún no sabemos ninguno de los dos lo cerca que estamos de cambiar nuestra forma de mirarnos. Dentro de poco estaremos compartiendo piel, la distancia entre nuestros cuerpos no se podrá medir en centímetros y lo curioso es que en el momento que yo escribo esto, y en el que nadie puede intuir lo que estarás haciendo tu, no estamos ni cerca de imaginarlo. No te voy a engañar, me gustaría que el espacio no solo se desdibujara en nuestros cuerpos, también que lo hicieran nuestras almas por un instante fugaz que guardemos para siempre; pero sé que no es lo más común en este mundo en el que nos ha tocado interpretar nuestro papel en la vida, lo normal será dejar a un lado los 21 gramos más importantes del cuerpo y centrarnos en el resto. Probablemente muramos momentáneamente una noche para seguir viviendo mañana como absolutos desconocidos que convirtieron el deseo físico en sudor, intimidad construida en horas y una mezcla de locura y pasión. Y acepto el pacto. Este acuerdo tácito se sella sin palabras, el lacre son los labios unidos y el silencio que provoca la ausencia de preguntas.

Es difícil escribirte esto sin saber como se dibujará tu cara cuando te haga reír o cuando surque tu rostro una mueca de disgusto; no sé si se crearan hoyuelos en tus pómulos o si dispondrás para mi una sonrisa traviesa. Ni siquiera sé si habrá lugar a ello. Como decía, lo más seguro es que mañana seamos un recuerdo borroso de una noche, o un día, de la que ninguno recordemos la fecha. Y aún así no puedo dejar de anhelarte, de pensar en curar mis heridas lamiendo tu piel y de sentir mis dedos interpretando la partitura que tu cuerpo dibuje.

Ya que en este pacto no hay preguntas, quizá sea también muy pronto para andar con peticiones, pero aprovechando este momento de intimidad entre tu y yo antes de conocernos, y ahora que aún no tienes ni rostro ni nombre para mi, me veo capaz de hablarte con sinceridad y de rogarte que seas delicada conmigo. Házmelo suave, aún estoy sensible. Las heridas dejan de sangrar pero tardan más en cicatrizar. Y este es del tipo de heridas que abren unos labios y no los golpes; pero que quizá también sanen los tuyos. He estado en la lona con la toalla resbalando por mis dedos a centímetros del suelo, oyendo la cuenta atrás del árbitro siendo incapaz de reaccionar. Pero al fin lo he hecho, ha sido una suerte pelear en casa y tener al público volcando la casa de apuestas a mi favor. Jaleando para que no abandonase la pelea, para que mis piernas dejasen de temblar y los músculos de mis brazos se tensasen para devolver los golpes a la vida. Y gracias a ellos, ahora puedo mirarte a los ojos, absorbiendote en los míos y dejando que los tuyos jueguen a provocarme de soslayo y se escondan en miradas al vacío, esperando que yo les encuentre.

A cambio poco puedo ofrecer. Como cantaba Marea soy lo que ves: mi sonrisa gris, mis ojitos tristes, intentando despegar del suelo.  Pero aunque no sea más, te lo presto por una noche, o hasta que decidamos romper este contrato. Te prometo que usaré mis palabras como pintura y mi lengua como brocha para crear la variedad de colores que permita pintar la mayor de las sonrisas en tu cara; que cuando estés desnuda mis ojos te hilarán con fruición el vestido que mejor te queda: el de mujer. Que mis manos escribirán en tu piel los versos que seguro la vida te debe y que si lo deseas dejaré que tu piel me abrigue en este invierno tan largo.

Si estás de acuerdo; búscame, yo te estaré buscando. Y no preguntes, besame esta noche y haz que se erice de nuevo mi piel.



viernes, 20 de marzo de 2015

La Parada



Recuerdo la primera vez que entré allí: era un día soleado del mejor verano de mi vida. No hace tanto de ello, aunque ahora parezcan siglos. Habíamos decidido cambiar los cubos y bancos de Fuentes Blancas por ese bar del que tan bien nos había hablado un amigo común. No suele ser positivo. Como cualquier aspecto del que se vierten frecuentes alabanzas, las altas expectativas pueden no cumplirse y decepcionar al que las recibió. Doy fe que no ha sido el caso.

Tras salir de trabajar pedimos un par de tercios y nos sentamos en el bordillo a disfrutar del dorado líquido ante la implacabilidad del sol. Eramos nuevos en un ecosistema que parecía funcionar por sí mismo, con todo el mundo saludándose y compartiendo sonrisa, diversos grupos interactuando dentro y fuera de la barra, como cantaba Platero y Tú. Eramos extraños allí, aunque nadie nos trataba como tal, como cuando vas a la plaza de un pueblo y los habitantes del mismo husmean si eres el hijo de la Antonia o si simplemente eres un forastero de paso.

De paso estábamos nosotros, o eso creíamos, porque poco a poco fuimos descubriendo la magia que desprende ese lugar y las personas que lo frecuentan. Y antes de darnos cuenta, ya eramos parte del propio ecosistema; un ecosistema cercano, noble y familiar. El tener un bar de referencia no es una práctica extraña en este país de piel de toro, tan maltratado como irónicamente lo es el mismo animal en la supuesta fiesta nacional. Un lugar donde ahogar las penas de ese maltrato, donde reunirse con amigos y desconectar de los problemas diarios. Unas cervezas, un futbolin, un subastado o simplemente una charla; pero desconectar y vivir. Algo muy de aquí.

Yo siempre he querido tener un lugar así cerca de mi casa, quizá por la influencia de verlo reflejado en tantos libros leídos, aunque ahora solo se me ocurre el café Condé que describía el último premio Nobel de Literatura, Patrick Modiano, en su obra El café de la juventud perdida . Alguien pudiera pensar que dicho título es idóneo para estos lugares, pero para mi estaría equivocado: no representa pérdida, solo ganancia. Un lugar donde acudir sin necesidad de quedar con nadie, lugar de confianza en el que sentirse como en casa cuando no quieres estar en casa, donde pasar los domingos planos o las curvas de a diario, días en el que el trabajo te agrieta la cara y a veces también el alma.

Para mi La Parada es el latido de un barrio obrero y vivo; una vez cruzas la puerta los problemas quedan del lado de la calle, al menos hasta que tu quieras sacarlos a flote. En el corazón del Capiscol más antiguo es además el corazón del Capiscol más joven, pero también el no tan joven. Y si se ha convertido en eso no es por el local, que no es más que un rectángulo de baldosas como el de cualquier otro bar, con la misma decoración y las mismas botellas que los centenares de bares que te puedes encontrar en cualquier ciudad. Lo importante nunca es lo material, son las personas; que son las que dotan de verdadera esencia y valor a un establecimiento de cara al público. Si representa ese latido de un barrio vivo es porque Caty (con la ayuda del resto de la familia, a cada cual mejor) se ha encargado de que así sea: de acoger a todo el mundo con una sonrisa, de brindar confianza e incluso consejo, de insuflar alegría y energía en el día a día. Muchas veces se dice que los camareros son además psicólogos; quizá lo sean, pero me conformaría con decir que a veces son simplemente apoyo, conversación, una sonrisa y paciencia. Y así es como La Parada se ha ido adhiriendo poco a poco a mi piel, llegando más adentro. 

Si a ello se le une el haber conocido en ese entorno a un excelente grupo de personas, resulta fácil saber porque cuesta marchar de allí. Yo tengo mi círculo de amigos de toda la vida, tanto de Burgos como de La Revilla, que siempre serán mis hermanos y hermanas de otra sangre; pero allí he encontrado otro círculo al que asirme y en el que rodar junto a ellos. Para mi son mis chicos del barrio, como en la película de John Singleton de principio de los 90. Hoy en día Capiscol no es un barrio conflictivo, pero todos nosotros también tenemos que abrirnos camino en la vida, como los tres protagonistas del filme, ante las dificultades que estamos atravesando actualmente y los golpes que la vida nos tiene preparados en el futuro. Ni ellos mismos son conscientes de lo que me han ayudado estos meses simplemente estando ahí para compartir cada día una carcajada, una cerveza y una partida. Espero tener la oportunidad de devolver algún día todo lo que estoy recibiendo.

Las decenas de horas jugando al futbolin, los centenares de rondas que hemos pedido, los miles de errores jugando al subastado que poco a poco corregiremos...no son la juventud perdida, no. Son lo que a mi me ha atado más fuerte a la vida.


martes, 17 de marzo de 2015

Los poetas y tú

Aquí vengo a actualizar una vez más el blog con una poesía porque tengo pendiente escribir una entrada sobre La Parada y otra relacionada con el fútbol sala; por extrañas que parezcan ambas en un blog de este tipo, pero es lo que me surge ahora de dentro. Eso sí, necesito encontrar tiempo; como decía en mi anterior entrada necesito echar el freno de mano. Y como bien decía un usuario anónimo necesito empezar a dejar de recordar y de relacionar todo; necesito empezar a pensar en presente y futuro. Pero mientras esto llega, dejo unos pequeños versos que me parecen adecuados para este momento.

Mi teoría es que los mejores poemas surgen del dolor interno provocado por diversas causas, no solo amor, y es una especie de regusto el que te deja el poder plasmarlo en versos. A veces hasta nosotros mismos sentimos una especie de querencia por la desesperanza, la tristeza, la melancolía...lo cual hace más complicado salir de ella. Una forma de desangrarnos y ver con cierta complacencia como parte de esa sangre va cayendo y derramándose, como vamos perdiendo días abandonados a nuestro dolor, autocompadeciéndonos.

 Pero nadie nos devolverá esos días; cada día perdido en abandonarte a tu tristeza es un día que no solo perderás tú, también todos los tuyos de disfrutar de tu presencia. Mas el reverso de la moneda es equivalente: abandonarse al desenfreno continuamente también puede conducirte a perder. 

Meditaré más sobre ello, falta hace. Pero de momento se quedan con...


 LOS POETAS Y TÚ

Los poetas nunca fuimos bellos, 
somos invisibles, 
no existimos para nadie.

Brotamos de los corazones de la gente 
y escribimos,con su sangre, nuestra muerte. 

El marchitar de nuestros labios hervientes 
el vagar de puños en océanos de guerra. 
Amar sin correspondencia, 
esa es nuestra condena. 

¿A quién le importan ya mis poemas? 
Si solo son mis brazos en alto, 
una espina que me desangra, 
el regreso a mis llantos.

Simples desmanes de brea y asfalto. 

¿A qué musa dedicaré mi tortura 
ahora que iluminas otros poetas? 
A ti y solo a ti, 
mis poesías exentas de aventura,
sombras de mi vida y mi muerte 

¿Por qué no nos dedicamos a la ternura, 
olvidando nuestras antiguas palabras inertes?