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viernes, 20 de abril de 2018

Respiración de ascensor

Me monto y cierro aún pugnando con un pequeño bostezo y las legañas de la mañana. Ni siquiera tengo claro si he cerrado bien la puerta de casa pero cuando me acomodo contra la pared del ascensor intento todo por parecer despierto. Por lo que puedan pensar. 

Con lentitud, a pesar de que siempre llego tarde, pulso el cero y observo como se ilumina dándome una especie de buenos días al que no presto atención. Por contra, lo que deseo es que por esas casualidades del azar tu hayas cerrado la puerta de casa en el mismo instante que yo para poder recibir esas dos palabras de tu boca. De tantos segundos que tiene la mañana, tiene que ser prácticamente en el mismo instante, o apenas el poco tiempo después que dura este pensamiento. 

Eso es lo que permite que cuando veo iluminarse la planta baja, contenga la respiración esperando que tu día se haya entrelazado casualmente con el mio. Muchas mañanas el ascensor pasa de largo y se disuelve el recuerdo pretérito de tu imagen con los primeros rayos de sol que golpean las pupilas al salir del portal. La esperanza de la primera escarcha de la mañana que se evapora irremisiblemente con el devenir del día.

Pero muchos otros, en esos segundos sin aliento que parecen minutos de mi piso al tuyo, la maquinaria frena de repente y el pesado descenso se detiene en un latigazo que se transmite del suelo a mi piel. Como un resorte saco el móvil, para aparentar despreocupación, no quiero sorprenderme mirándote mientras bajamos.

Abres la puerta. No sé si en esos momentos anteriores de espera imaginas si estaré o no, son ya demasiadas veces, o simplemente piensas en llegar al trabajo, en lo que harás durante el día o como te gustaría permanecer en la cama aún. Qué se yo, pagaría por ver tus pensamientos escritos con tu pintalabios en las paredes de ese ascensor. No creo que sea la tercera opción pues abres la puerta siempre con energía y miras dentro curiosa. Ahí están mis ojos esperando a los tuyos, claras y vastas tus pupilas se depositan en las mías, pero poco dura ese duelo amistoso de dos pistoleros en silencio. La distancia se disuelve en dos rápidos pasos mientras tu amplia sonrisa me saluda con el mismo número de palabras. Creo que dices buenos días pero no podría asegurarlo pues toda la atención que puedo concentrar se enfoca en aparentar despreocupación. Permanezco prácticamente inerte clavando mis pies al suelo con nerviosismo, acomodando bultos para que tengas más espacio en ese angosto ascensor que compartiremos unos segundos.

Te acomodas mirando hacia la puerta. Lo que hacen todos los vecinos del mundo al montar en ese espacio supuestamente común, como quien tiene un deseo irrefrenable de salir de allí cuanto antes. Se ha perdido lo común de ese espacio que suponía antaño, ya no conoces a los vecinos y sus familias ni preguntas sinceramente por ellos. Ahora,a lo sumo, habrá una conversación banal sobre el tiempo para superar esos momentos de angustioso silencio. 

Jamás he entendido porque a la gente le angustia el silencio.

Contigo es distinto, no parecemos necesitar palabras que rellenen el aire; basta con la suave respiración de ambos fingiendo que no nos prestamos atención. Después recorreremos otros pocos pasos en el mismo mutismo y te despedirás con la grácil delicadeza con la que abres la puerta. A veces llevamos la misma dirección pero tu despedida parece decir -hasta aquí, el resto del día es mío-, y te alejas caminando a grandes pasos hacia el coche.

Aunque me siento cómodo en ese silencio, he de confesarte que desde ayer pensaba en como tejer un hilo de conversación que poder deshilachar poco a poco a lo largo de los días bañados de casualidad, esperando convertirlos en causalidad, como un gato jugando con su ovillo. Unas palabras que parezcan lo suficientemente fortuitas mientras desenredan palabras de tus labios. No ha sido fácil, siempre tuve más facilidad en la guerra de trincheras que en el cuerpo a cuerpo, por eso siempre estoy frente a folios en blanco como este, agazapado esperando la señal para salir a tumba abierta.

Y ahí sigo, en la trinchera sin comprender como la estrategia ha quedado en papel mojado esta mañana. Cuando has abierto la puerta del ascensor mientras mi aliento se contenía en la garganta, has sido tu quien no ha podido frenar en el buenos días. Tus labios han seguido moviéndose acompasando a tu lengua para ser tu quien hayas deshilachado de mi boca una torpe conversación mientras intentaba volver a poner en marcha mi respiración con suficiente normalidad como para enmascarar mi sorpresa.

No ha sido fácil, pues llevo unos días con un respirar dificultoso que me acongoja y embarga. El médico no vio nada extraño pero quizá ahora tenga clara la causa: ese contener el aliento que me provocas cada mañana.