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viernes, 20 de marzo de 2015

La Parada



Recuerdo la primera vez que entré allí: era un día soleado del mejor verano de mi vida. No hace tanto de ello, aunque ahora parezcan siglos. Habíamos decidido cambiar los cubos y bancos de Fuentes Blancas por ese bar del que tan bien nos había hablado un amigo común. No suele ser positivo. Como cualquier aspecto del que se vierten frecuentes alabanzas, las altas expectativas pueden no cumplirse y decepcionar al que las recibió. Doy fe que no ha sido el caso.

Tras salir de trabajar pedimos un par de tercios y nos sentamos en el bordillo a disfrutar del dorado líquido ante la implacabilidad del sol. Eramos nuevos en un ecosistema que parecía funcionar por sí mismo, con todo el mundo saludándose y compartiendo sonrisa, diversos grupos interactuando dentro y fuera de la barra, como cantaba Platero y Tú. Eramos extraños allí, aunque nadie nos trataba como tal, como cuando vas a la plaza de un pueblo y los habitantes del mismo husmean si eres el hijo de la Antonia o si simplemente eres un forastero de paso.

De paso estábamos nosotros, o eso creíamos, porque poco a poco fuimos descubriendo la magia que desprende ese lugar y las personas que lo frecuentan. Y antes de darnos cuenta, ya eramos parte del propio ecosistema; un ecosistema cercano, noble y familiar. El tener un bar de referencia no es una práctica extraña en este país de piel de toro, tan maltratado como irónicamente lo es el mismo animal en la supuesta fiesta nacional. Un lugar donde ahogar las penas de ese maltrato, donde reunirse con amigos y desconectar de los problemas diarios. Unas cervezas, un futbolin, un subastado o simplemente una charla; pero desconectar y vivir. Algo muy de aquí.

Yo siempre he querido tener un lugar así cerca de mi casa, quizá por la influencia de verlo reflejado en tantos libros leídos, aunque ahora solo se me ocurre el café Condé que describía el último premio Nobel de Literatura, Patrick Modiano, en su obra El café de la juventud perdida . Alguien pudiera pensar que dicho título es idóneo para estos lugares, pero para mi estaría equivocado: no representa pérdida, solo ganancia. Un lugar donde acudir sin necesidad de quedar con nadie, lugar de confianza en el que sentirse como en casa cuando no quieres estar en casa, donde pasar los domingos planos o las curvas de a diario, días en el que el trabajo te agrieta la cara y a veces también el alma.

Para mi La Parada es el latido de un barrio obrero y vivo; una vez cruzas la puerta los problemas quedan del lado de la calle, al menos hasta que tu quieras sacarlos a flote. En el corazón del Capiscol más antiguo es además el corazón del Capiscol más joven, pero también el no tan joven. Y si se ha convertido en eso no es por el local, que no es más que un rectángulo de baldosas como el de cualquier otro bar, con la misma decoración y las mismas botellas que los centenares de bares que te puedes encontrar en cualquier ciudad. Lo importante nunca es lo material, son las personas; que son las que dotan de verdadera esencia y valor a un establecimiento de cara al público. Si representa ese latido de un barrio vivo es porque Caty (con la ayuda del resto de la familia, a cada cual mejor) se ha encargado de que así sea: de acoger a todo el mundo con una sonrisa, de brindar confianza e incluso consejo, de insuflar alegría y energía en el día a día. Muchas veces se dice que los camareros son además psicólogos; quizá lo sean, pero me conformaría con decir que a veces son simplemente apoyo, conversación, una sonrisa y paciencia. Y así es como La Parada se ha ido adhiriendo poco a poco a mi piel, llegando más adentro. 

Si a ello se le une el haber conocido en ese entorno a un excelente grupo de personas, resulta fácil saber porque cuesta marchar de allí. Yo tengo mi círculo de amigos de toda la vida, tanto de Burgos como de La Revilla, que siempre serán mis hermanos y hermanas de otra sangre; pero allí he encontrado otro círculo al que asirme y en el que rodar junto a ellos. Para mi son mis chicos del barrio, como en la película de John Singleton de principio de los 90. Hoy en día Capiscol no es un barrio conflictivo, pero todos nosotros también tenemos que abrirnos camino en la vida, como los tres protagonistas del filme, ante las dificultades que estamos atravesando actualmente y los golpes que la vida nos tiene preparados en el futuro. Ni ellos mismos son conscientes de lo que me han ayudado estos meses simplemente estando ahí para compartir cada día una carcajada, una cerveza y una partida. Espero tener la oportunidad de devolver algún día todo lo que estoy recibiendo.

Las decenas de horas jugando al futbolin, los centenares de rondas que hemos pedido, los miles de errores jugando al subastado que poco a poco corregiremos...no son la juventud perdida, no. Son lo que a mi me ha atado más fuerte a la vida.


1 comentario:

  1. A esos sitios hay que ir para darle de comer al alma, y de beber al cuerpo ;)

    :**

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