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viernes, 27 de marzo de 2015

Erizame la piel

Tú no me conoces. Y yo tampoco a ti. O quizá sí y aún no sabemos ninguno de los dos lo cerca que estamos de cambiar nuestra forma de mirarnos. Dentro de poco estaremos compartiendo piel, la distancia entre nuestros cuerpos no se podrá medir en centímetros y lo curioso es que en el momento que yo escribo esto, y en el que nadie puede intuir lo que estarás haciendo tu, no estamos ni cerca de imaginarlo. No te voy a engañar, me gustaría que el espacio no solo se desdibujara en nuestros cuerpos, también que lo hicieran nuestras almas por un instante fugaz que guardemos para siempre; pero sé que no es lo más común en este mundo en el que nos ha tocado interpretar nuestro papel en la vida, lo normal será dejar a un lado los 21 gramos más importantes del cuerpo y centrarnos en el resto. Probablemente muramos momentáneamente una noche para seguir viviendo mañana como absolutos desconocidos que convirtieron el deseo físico en sudor, intimidad construida en horas y una mezcla de locura y pasión. Y acepto el pacto. Este acuerdo tácito se sella sin palabras, el lacre son los labios unidos y el silencio que provoca la ausencia de preguntas.

Es difícil escribirte esto sin saber como se dibujará tu cara cuando te haga reír o cuando surque tu rostro una mueca de disgusto; no sé si se crearan hoyuelos en tus pómulos o si dispondrás para mi una sonrisa traviesa. Ni siquiera sé si habrá lugar a ello. Como decía, lo más seguro es que mañana seamos un recuerdo borroso de una noche, o un día, de la que ninguno recordemos la fecha. Y aún así no puedo dejar de anhelarte, de pensar en curar mis heridas lamiendo tu piel y de sentir mis dedos interpretando la partitura que tu cuerpo dibuje.

Ya que en este pacto no hay preguntas, quizá sea también muy pronto para andar con peticiones, pero aprovechando este momento de intimidad entre tu y yo antes de conocernos, y ahora que aún no tienes ni rostro ni nombre para mi, me veo capaz de hablarte con sinceridad y de rogarte que seas delicada conmigo. Házmelo suave, aún estoy sensible. Las heridas dejan de sangrar pero tardan más en cicatrizar. Y este es del tipo de heridas que abren unos labios y no los golpes; pero que quizá también sanen los tuyos. He estado en la lona con la toalla resbalando por mis dedos a centímetros del suelo, oyendo la cuenta atrás del árbitro siendo incapaz de reaccionar. Pero al fin lo he hecho, ha sido una suerte pelear en casa y tener al público volcando la casa de apuestas a mi favor. Jaleando para que no abandonase la pelea, para que mis piernas dejasen de temblar y los músculos de mis brazos se tensasen para devolver los golpes a la vida. Y gracias a ellos, ahora puedo mirarte a los ojos, absorbiendote en los míos y dejando que los tuyos jueguen a provocarme de soslayo y se escondan en miradas al vacío, esperando que yo les encuentre.

A cambio poco puedo ofrecer. Como cantaba Marea soy lo que ves: mi sonrisa gris, mis ojitos tristes, intentando despegar del suelo.  Pero aunque no sea más, te lo presto por una noche, o hasta que decidamos romper este contrato. Te prometo que usaré mis palabras como pintura y mi lengua como brocha para crear la variedad de colores que permita pintar la mayor de las sonrisas en tu cara; que cuando estés desnuda mis ojos te hilarán con fruición el vestido que mejor te queda: el de mujer. Que mis manos escribirán en tu piel los versos que seguro la vida te debe y que si lo deseas dejaré que tu piel me abrigue en este invierno tan largo.

Si estás de acuerdo; búscame, yo te estaré buscando. Y no preguntes, besame esta noche y haz que se erice de nuevo mi piel.



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