Buscar este blog

viernes, 8 de mayo de 2015

Sirena varada

La brisa zumbaba tranquila a través de la ventana abierta para sofocar el calor del final de la primavera y el incipiente verano que asomaba tras los exámenes. No quedaban muchos días pero él estaba acostumbrado hasta poco tiempo antes a leer todo lo que caía en sus manos excepto los apuntes. Siempre había sido un chico tranquilo y curioso; con un libro y la posibilidad de aprender algo nuevo había encontrado su paz interior. Quizá de ahí venía su natural timidez que le apocaba ante las mujeres.

A pesar de que ahora estaba leyendo en su cuarto, algo había cambiado en los últimos meses; no lograba concentrarse en la lectura más allá de breves minutos y se ahogaba en la espesura de la espuma blanca que suponen las hojas de un libro agitadas por olas de tinta negra que te suben y bajan a su antojo por extraños parajes y estados de ánimo.

Conocía los libros electrónicos que tan de moda se habían puesto y reconocía su utilidad; incluso tenía uno, pero ahora estaba saboreando con las yemas las arrugas de un viejo volumen con escritos de Homero que había heredado de su abuela. Siempre le había interesado la mitología y tradición helénica, pero nunca había encontrado tiempo para leer a los clásicos. Quizá por eso ahora que su vida estaba más agitada que nunca necesitaba olvidarse de la vorágine del presente y refugiarse en el pasado, donde el tiempo no parecía correr tan deprisa o donde quizá la gente no viviese tan atrapada por ese tiempo. O la falta de él.

Así es como se había decidido a iniciar la Ilíada. Ese día había empezado a leer apenas unas páginas cuando se sintió sin fuerzas para continuar concentrado y decidió ir a entrenar a la piscina. Si algo le gustaba más que leer era nadar. Allí dependía de sí mismo, él contra el mundo; la fortaleza de sus músculos ante la resistencia del agua, que se abría a su paso como una flecha clavada en un corazón ajeno.

Posó el libro en la cama, justo en el momento que Ulises hablaba con la diosa Circe en la isla de Eea advirtiéndole de los peligros de su futuro viaje, y descolgó el teléfono. Al otro lado la voz de su entrenadora sonó fuerte y sorprendida porque hoy era su día de descanso. Le advirtió de que la piscina estaría llena de chicas disfrutando del buen tiempo, sabiendo que eso le distraería, como siempre le ocurría, y que no aprovecharía el entrenamiento. Pero cuando se trataba de nadar, él era terco, así que ella simplemente le advirtió divertida que usase el MP3 en el agua para no oir los gritos juveniles de los juegos dentro y fuera del agua. Le dio ordenes de las series a realizar mientras él apuntaba con trazo ágil en su pequeño cuaderno de entrenamientos del que nunca se separaba y se encaminó hacía las piscinas municipales donde acudía casi todos los días del año.

En la puerta vio la larga cola que su entrenadora ya le había anunciado, pero con la decisión que da la confianza, se acercó al personal de seguridad y les enseño su carné federado para que le dejara pasar. No hacía falta, Alberto le conocía de sobra y siempre le saludaba amistoso a la entrada y la salida. Tras ponerse la ropa de baño se dirigió a su calle preferida, la 7, mientras pensaba en que música escucharía aquel día. Sabía que el marcado ritmo del rap le dificultaría mantener el ritmo así que como no se sentía del todo motivado decidió poner La Fuga, que siempre le impulsaba.

Después de saludar a algunos compañeros que ese día simplemente disfrutaban del baño, se lanzó al agua y tras unas brazadas de calentamiento enseguida notó que realmente estaba nadando a unos ritmos muy altos como si su cuerpo estuviera impulsado por un fuerte viento hinchando la vela mayor de un barco. Cada brazada le alejaba más de su vida y le acercaba al vacío absoluto en su mente mientras la voz rasgada y triste de Rulo mantenía vivos el resto de sus sentidos. Todo iba bien hasta que empezó a notarse molesto debajo del agua por los reflejos que inundaban sus gafas a través de la húmeda película de la superficie.

Emergió la cabeza pensando en qué serían esos extraños reflejos que le distraían de sus brazadas. En cuanto salió del agua supo de donde venían; vio esa sonrisa que llenaba la sala con aire despreocupado, como si no fuera consciente de la poderosa arma que ostentaba entre sus labios.

Intentó continuar con su entrenamiento, pero el vacío de su cabeza se estaba llenando con pensamientos acerca de la chica desconocida que acababa de contemplar. Con esta distracción, sus piernas parecían pesar como dos áncoras que anhelan posarse en el arenoso suelo para fondear y el tiempo marcado en los siguientes largos le desanimó a continuar. No podía dejar de pensar en esa sonrisa. Circe le había advertido sobre el ruido que habría en la piscina, pero no le había dicho nada de lo que sus ojos verían.

Ella estaba al borde de la piscina tomando el sol y era del tipo de chica con la que él no se atrevería a hablar nunca. Pero algo parecía impulsarle aquel día, algo se le clavaba dentro como un gancho y le atraía hacia ella. Al salir del agua, la rodeó con pasos tímidos hasta ponerse frente a ella y antes de que se le pudiera ocurrir algún tipo de saludo para romper el hielo, ella dijo-Hola Uli, me llamo Penélope- y le sonrió.

Se quedó mudo, ella le conocía, sabía su apodo. Su primer impulso fue sentarse junto a ella y lo intuyó. Su cerebro intuyó lo que su corazón ya sabía desde que había emergido minutos antes: la piscina y los libros ya no eran tan importantes. Que esa sonrisa podía parar el tiempo para él como siempre había soñado.



*Quería hacer un texto diferente y original (no porque no lo haya hecho nadie, porque no lo había hecho yo) y me he decidido a actualizar a nuestro siglo el mito de Ulises y las sirenas contenido en la Iliada aún a costa de perder agilidad en el escrito y algo, o mucho, de belleza estética.
El título como muchos habréis reconocido, no puede venir de otro sitio que de la fantástica canción de Héroes del Silencio, Sirena varada.

1 comentario: