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viernes, 11 de agosto de 2017

El robo

Hogar proviene en último término del vocablo latino para hoguera.  Hay aspectos de la vida que creemos inamovibles sin siquiera tener que pensar en ello, como que dicho hogar será siempre refugio y protección; que ante la tormenta de nieve fuera, siempre tendrás el calor de aquel para derretirlo dentro. Igual que un corazón predestinado a ser una hoguera continua de sentimientos más allá de los inviernos que haya tenido que soportar.

Y en ese fuego se queman siempre los arrepentimientos por lo no hecho, las dudas de lo que hacer en el futuro, y el continuo presente de piernas temblando y palabras ahogándose en la garganta como un tetris incapaz de hacer línea y liberarse hacia el cielo. Por eso cuando sientes violada esa parte de ti que permanece siempre fija en la foto, todo cae a plomo dentro.

Reflexionas. Sientes la fragilidad de las creencias: se evaporan en el aire como arena fina de playa resbalando incandescente por tus pies al avanzar. Por una vez la vulnerabilidad ya no es sinónimo de la calle; sentado en ese sofá lo notas extraño, te notas extraño. Débil y sin fuerzas para nada más que no sea dormitar, te diriges a la cama.

Pero las sábanas que antaño eran el calor de la protección ahora son incendio que te impide dormir, ya no se llevan con ellas los pensamientos que van de neurona en neurona a la velocidad de una serie de 100 metros. Y te tienes que levantar, en mitad de la noche alejarte al menos 100 metros de ellas. No vives en una casa tan grande, claro, por lo que simplemente la pared de otra habitación te parece suficiente para aplacar el sudor que te baña y pensar en otra cosa. Al frescor del agua golpeando el rostro, le siguen dos hielos y un frío de cuarenta grados en la boca. Enciendes el reproductor donde suena Coltrane for lovers y zambullido en la atmósfera de la música por fin consigo hacerte venir a mi mente.

Héteme aquí de nuevo con el bolígrafo como única arma y protección, desnudo de nada más que no sean mis pensamientos, la música y la tinta. Y tú fluyendo entre todos ellos, como un lazo que anuda ya no solo mi garganta sino también mi piel y me mantiene atado a la cordura. Porque si todo es tan frágil y vulnerable como para volverse loco, se necesita un ancla para varar en aguas cálidas y dejar atrás el remolino.

Si la fortaleza de un hogar se puede desvanecer en un segundo, qué no pasará con el castillo de naipes que construyo en el aire contigo. No estarás ahí por siempre esperando a que yo me decida a liberarme de esta soga mental que anudo con más fuerza cada vez que te tengo cerca. 

Tendré que dejar aquí el bolígrafo y a Coltrane y salir desnudo al frío de la calle, el único lugar donde encontrarte y poder conversar contigo, porque antes de que vulneraran mi hogar, fuiste tu quien provocó el incendio.

Un fuego nacido de una sonrisa de abierta sinceridad y avivado con el corretear de los ojos por la sala. Quizá frente a ti encuentre el vacío del abismo o me tope con el frío que apague esta llama, pero merecerá la pena solo el hecho de intentarlo por una vez, tratar de recuperar lo que es mío, probar a sentir de nuevo el calor.

Porque has sido tú quien primero me robó. El corazón. 


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