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miércoles, 17 de junio de 2015

Revelame el alma

La lluvia repiquetea intensa en mi techo. Parece pugnar bravía por alcanzarme y envolverme en su abrazo mortal, aunque esta humedad solo se pueda sentir por dentro y mi piel esté seca, y ahora ligeramente con los poros alerta, gracias a los firmes muros de mi habitación. La misma solidez que se convierte en polvo fino incapaz de contener en mis manos y mis ojos cuando determinados objetos o pensamientos me alcanzan en esta carrera infinita que mantengo conmigo mismo.

Hoy me he fijado en el carrete fotográfico abandonado a su suerte como si a nadie importara. En esos recuadros blancos bordeados del trazo fino y negro que dejaba las rayas de tus ojos, que recuerdan la ilusión perdida del niño que cree firmemente en su sueño, y la bofetada de la madurez le arrebata. Esos espacios de mi vida que permanecen vacuos, pero que podría rellenar con la sangre que aún mancha mi cuerpo cuando el corazón aprieta y me traslada a otros lugares y tiempos. La misma sangre en la que hundo las fotografías para revelarlas sin ningún resultado, pues siempre emergen del viscoso líquido impolutas, blancas como la hoja de papel de un poeta que no encuentra a su musa; reflejando desafiantes la palidez de mi rostro. Y nada más que eso. He creado mi propia máquina del tiempo, pero soy incapaz de convertir lo que mis ojos ven en fotografías que el tacto de las yemas de mis dedos pueda sentir mientras las quito lentamente el polvo que la soledad deposita. 

Un carrete inoportuno inserto en la memoria. Ojalá pudiera deshacer completamente cada centímetro de ese plástico traicionero y mezclarlo en las cenizas que tu último cigarro dejó al convertir mi cama en brasas cuando se te escapó de los dedos y agujereo las sábanas del alma. Esas que no se pueden tocar pero que también abrigan en las noches frías de invierno. Ese maldito carrete de fotos en desuso que nadie recuerda si no es más que en brochazos puntuales de su vida pasada cuando sale en una conversación que nos lleva a la melancolía de los recuerdos, de tiempos pasados que sabemos que no volverán pero a los que ansiamos aferrarnos mientras contemplamos como nos queman en la palma de la mano y en la pupila de unos ojos que a veces no son ni propios.

Una pieza inanimada a la que insuflar vida con los trozos del puzzle que nos regalábamos en verano para completarlo en invierno, cuando la nieve recubre la cama y solo el fin de semana hace arder colchón, somier y alma.

Y hoy digo que aún quiero una foto antigua, cómo no quererla si mis ojos aún derraman la vida que los tuyos les cedieron. Pero aún anhelo más rellenar ese carrete que me desafía, que una nueva musa me revele el alma. Quizá deba dejar de intentarlo con la sangre  que aún mana de las heridas y necesite intentarlo con el carmín de unos labios mezclado con la espesa tinta de una melena azabache que agitar sobre el vacío. 

Del carrete, del pecho y de otra espalda que con mis dedos autografío.


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