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lunes, 17 de julio de 2017

Tarde de domingo rara

No te atreves.

Es cierto. Por ello sigo amarrado a este teclado mientras tus palabras martillean mi cabeza como el canto de una sirena. Un Ulises que sin embargo tiene a sus marineros jaleando las doncellas varadas. Quién sabe, si hubiera sido capaz quizá estuviera aquí de la misma manera pero con la sensación del fracaso agriando mis labios, o bien al contrario, derramando miel en mi boca.

El caso es que no me atrevo, y tú lo sabes mejor que nadie porque eres tú quien me traslada en esa dicotomía, entre el sí y el no, el voy y el me quedo. No me atrevo porque no sé como hacerlo, no estoy programado para ello; si acaso existe eso más allá de ser un refugio a la timidez, por no decir cobardía. Programación, ya.

La parte fácil siempre es vivir en el sueño y hablar de ello circundándole, la parte difícil es hacer por cumplirlo; tomar las riendas y cabalgar sin miedo hacia lo incierto. Pero tú me haces pensar continuamente y no sabes cómo es vivir con la duda instalada en la cabeza y en el pecho. Esa sensación que oprime y te resta la respiración. Saber lo que es porque lo has vivido, y saber que no debiera ser así. Si apenas nos conocemos, si no existe más que en un vistazo fugaz de dos momentos, tres miradas que se cruzan y cuatro palabras que se atropellan. Y de nuevo soy yo quien yace en el asfalto, inerte...con esa sensación en el pecho. Esa maldita y bendita sensación, ese vivir inseguro, ese soñar despierto.

Quisieras ser un torrente de palabras expulsando cada una de las larvas incrustadas dentro antes de que maduren y como crisálida sea incapaz de arrancármelas, de dispararlas fuera como balas. Pero un quisiera no es un lo haré, es una tumba en la que con las uñas solo eres capaz de arañar la madera. No habrá,o no lo esperas, un disparo de nieve ni una luz cegadora, como cantaba Silvio; pero sí habrá una mirada constante y la sonrisa perfecta a la que no podré responder con la palabra precisa.

Pienso en ello. Es terrorífico como estoy sentado aquí delante tuyo, con tu presencia impoluta y vacía mientras te relleno esperando que seas mi disparo de nieve, que me mate las dudas, que me muera por siempre.Y sin embargo te encasquillas en mi garganta cuando tienes que acertar en la diana, cuando debes defenderme de mi mismo y necesito alejar la nube de la duda, acercar la esperanza de una chispa que prenda. Parece poco, una sola chispa, pero es tan difícil conseguirlo. Con una chispa podría encender una hoguera y no necesitar más porque cuando arda me encargaré de mantenerla viva con mi carne y huesos. Lanzándome a ella con la certeza en la mirada de un suicida, equilibrando así la balanza de la temperatura fuera de la piel, dentro del cuerpo.

Sin embargo todo esto se quedará simplemente aquí, en este cuaderno y en esta hoja en blanco; en este blog maldito donde transcribirlo. Son palabras que no besarán el aire a través de mis cuerdas vocales y la razón es sencilla, lo han dicho antes... no te atreves. Están atravesadas en la garganta como una espina que te desangra con cada suspiro hacia fuera, con cada trago de saliva hacia dentro.

Y conocer solo un remedio para ello. Salir huyendo de nuevo, corriendo para que la respiración de cada kilómetro vuelva a hundir esas palabras en lo profundo, en el núcleo del pecho; manteniéndose latente hasta la próxima vez que emane como larva hirviendo, como un pensamiento candente. Por no saber confrontarlo, si no es a través del repiquetear de los dedos, del compás de los pies alejándote de aquello a lo que no te atreves.

Huir de otra tarde de domingo rara sin que nadie diga salta por la ventana, ¡valiente!






lunes, 10 de julio de 2017

Aquella noche de verano

Seguro que puedes recordar un día así. Ese momento en el que entra una mujer al bar que hace girar la cabeza a todos los fieles que se agolpan entre los tragos vacíos y los recién servidos Ese instante en el que parece congelarse el tiempo, suspendida la respiración por un momento. Pero tú, tú no te has parado, puedes seguir atravesando ese segundo porque no te has girado. Apenas has notado ese huracán que parece haberse llevado el cuello de todos tus amigos. Tu vista sigue fija en la chica al fondo del bar, cuya aparente timidez la hace pasar desapercibida a esa hora de la noche. No para ti,claro, que solo piensas en si te llegarás a atrever a decirla algo y qué decir. Tienes miedo de tartamudear y que salga solo un hilillo de voz que te haga quedar en ridículo. Otra vez.

Absorto en esos pensamientos, bebes la cerveza a tragos pequeños hundiendo la boca en el vaso mientras tus ojos no pueden dejar de ver por encima del vidrio aquella sonrisa. Apenas mojas los labios porque tienes miedo de acabártela y al cambiar de bar perder ese brillo en la deriva de la noche. Rebuscas entre las notas mentales una definición para ese momento, una vez escribiste que la sonrisa de una mujer era demasiado bonita para fiarte de ella. Pero hay algo en esa sonrisa y esos ojos vivos que buscan en la penumbra. Algo que te atrapa y te ancla al suelo, a aquel bar y a aquel instante. Algo que te hace fiarte mientras te entregas a un largo suspiro.

Hace unos minutos vuestras miradas se han cruzado y has creído ver un gesto de interrogación en la suya. ¿Habrá sido involuntario, buscado? ¿Te observaba ella también o simplemente barría el espacio iluminando para ti la sala con la viveza de esos ojos salvajes?
En ese momento has jugado desafiante con su mirada durante unos segundos que han sido eternos pero no has podido descifrar lo que sus juguetonas pupilas te decían y por timidez has tenido que cambiar el foco, sin poder apartar mucho la mirada ya que su boca forma una frontera inabordable.

Las finas líneas de sus labios marcan un amistoso refugio en su rostro en el que descansar con delicadeza si te dejara. Eso pensabas cuando has decidido ir allí con paso firme pero esos ojos que te miran curiosos  están haciendo muy costoso avanzar esos metros que parecían tan escasos como largo el tiempo que te ha llevado recorrerlos. Oyes tu latido y la presión de la sangre bombeando, se ha acelerado tanto el ritmo que ahora parece que te acercas corriendo como un vendaval, pero en realidad el paso es lento e inseguro.

Al llegar a su altura ha recogido sus labios en un ademán travieso, una media sonrisa de las que restan la poca fuerza que guardaban tus piernas y piensas que vas a acabar cayendo incapaz de detener el temblor. Piensas que de caer, al menos podría ser en el desfiladero de su boca.
Ni siquiera recuerdas que la has dicho para romper el hielo, que en esta ocasión solo es una forma de hablar porque su mirada y sonrisa han fundido toda frialdad que pudiera haber en tu cuerpo.

Bailar. Ese ha sido tu recurso; hay palabras que es mejor no decir y dejar que sea el cuerpo quien hable, has confiado en que bailando tus piernas dejaran de parecer el manojo de nervios que en realidad son. Tú mismo te has sorprendido cuando ella ha aceptado y se ha fundido contigo en los pocos pasos que manejas, casi los mismos que palabras coherentes podías haberla dicho en esa situación.

Al terminar la canción, sus amigas han recogido la ropa y se han dirigido a la salida. La has pedido que se quedara pero se ha negado a ello y suavemente ha acercado el rostro para que la estamparas dos besos de despedida; esa breve décima en que ambas pieles se tocan y te sientes en contacto de un hierro candente que se te clava dentro. Y se ha girado con aire decidido, dejando al descubierto la parte de atrás de su camiseta abierta; así hipnotizado en su espalda la has perdido de vista mientras se alejaba.

Y cuando tu también te has girado, todas las piezas han encajado en tu cabeza y lo has sabido, como si pudieras ver más allá del presente. Aquella noche de verano no sería la única, solo la primera que recordar en el futuro con una sonrisa cómplice mientras con tus labios recorres la infinitud de esa espalda.