Las primeras palabras pueden marcar un rumbo, aunque luego seamos capaces de retorcerlo, girarlo, romperlo e incluso detenerlo, quién sabe si para recuperarlo o no con el tiempo.
A veces esas frases iniciales terminan ahí y quedarán enterradas en el cementerio de las oraciones que nunca significaron nada. En otros muchos casos, serán el pequeño hilo que como un ovillo que rueda entre las patas de los gatos se irá desenmarañando sin una dirección concreta pero que permanece unido de principio a final. Como si cada parte de la conversación sujetara con firmeza un extremo sin saber cuando es que ese deambular encontrará su término, si lo hace. ¿Habrá algo al otro lado o simplemente asimos un hilo tan fino que no vemos el anzuelo? ¿será grueso como la mecha en un cartucho que observamos con pánico esperando que explote?
No sabemos nada y eso es lo atractivo y también lo peligroso de la incertidumbre, como cuando transitas un camino por primera vez en noches sin luna, como cuando regresabas a casa de esas noches que parecían no terminar nunca guiado más por la intuición que por la claridad al pensar.
Es importante lo que se dice en esas conversaciones, pero lo es más aún lo que no se dice porque eso será precisamente el hilo conductor, el núcleo de lo que se quiere decir. Si nos atreviésemos a hacerlo aflorar ¿qué lugar quedaría para esas sensaciones con capacidad de asaltar un alma? ¿Será mejor callar?
Ya no habría lugar para esas palabras que se disparan a la garganta cuando unos ojos claros te miran para acabar chocando en la lengua hasta diluirse en las comisuras de unos labios callados. Como un ligero silbido apenas perceptible, como el profundo suspiro exhalado al pensar en los mismos ojos sin saber si aún queda tu reflejo en su pupila.
Dónde quedaría el cosquilleo en los dedos sabiendo lo que quieres escribir pero sin poder hacerlo, calculando minuciosamente cada palabra, jugando con ellas sorbiendo todos sus matices para no dar un traspié que aleje esa sonrisa apenas esbozada en la pantalla. Como si de una guerra se tratara, la misma que libraron otros como Benedetti de forma más acertada: estudiando las decenas de tácticas a emplear para llegar a una simple estrategia.
Para mi esta es igual de simple: la escalada hasta tu sonrisa, con el objeto de sentir el vértigo teniendo cerca de mis ojos y labios los tuyos, y hacer vivac en ella, acunado en esa media luna que es de las que calla para decirlo todo. La pureza de una sonrisa que araña en la piel como los primeros rayos de sol de verano; que daña de la misma forma que sana; de las que se transforman al verlas en la tuya propia, como la energía que no se crea ni destruye. Así es la sonrisa para quien te ha contemplado, una que solo se transforma de abrigo en invierno a fuego en verano.
Quizá sea a ese fuego donde arrojamos todo lo que se desea gritar y sin embargo callamos. Por eso se mantiene el pecho incandescente, marcado por una barra de hierro al rojo, aguardando a que la saliva de tus labios ígneos, le devuelva su temperatura, la que dejaría el frío del último beso hasta que nos veamos de nuevo.
Y es que lo que no se dice no cabe en un puñado de versos ni en una gastada prosa, pero se resume en el anhelo de un beso. Tu beso.