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domingo, 21 de junio de 2015

Real Zaragoza y fútbol

Puede resultar extraño el título de esta entrada y más el posible contenido que se puede deducir. El fútbol siempre ha sido un elemento denostado y de difícil mezcla con un blog de aspiraciones, modestamente, culturales. Pero este deporte amado y odiado a partes iguales es también cultura, y sobre todo cultura popular; pero sobre todo es parte de mi vida y cuando inicie este blog dije que no me iba a poner cortapisas, que hablaría de lo que yo quisiera. Y la verdad, ahora me apetece hablar de esto, aunque nadie lo lea. En gran parte porque no es tan fácil ser de un equipo minoritario fuera de esa ciudad y no tienes con quien verbalizar lo que fluye por dentro en situaciones tan importantes como esta.

Por eso y porque el fútbol es mucho más que el estereotipo de negocio que la mayoría de la gente odia. Mi amiga Ana, zaragocista también y zaragozana, subía a su facebook hace unos días un alegato de lo que significaba para ella el fútbol. En resumen lo definió como recuerdos con su familia, cientos de kilómetros hechos para seguir al equipo de su ciudad, tardes de domingo en la tasca del barrio gritando a una tele. Me alegró mucho leerlo porque ya tenía esta entrada en mente y quería comentar algo muy parecido; porque el fútbol es un deporte maravilloso, lo que es odioso hasta límites insospechados es el negocio que lo rodea.

Pero el fútbol es mucho más que el Barca, Madrid y Selección. Para mi el fútbol son las mañanas de domingo viendo a mi padre golear en campeonatos de chuleteros y el almuerzo de después, es ponerme en el descanso de esos partidos a parar tiros siendo un niño de 7 años; es que me lleve siendo un adolescente de 15 a jugar partidos intensos con la gente adulta de su fábrica. Es todo lo que disfruté siendo entrenador de formación, e incluso los amigos que hice en esos equipos una vez que crecieron; los amigos de verdad que he hecho compartiendo equipo, la de gente de otras culturas que he conocido gracias a ese balón. Es también un deporte que me ha dado seguridad en mi mismo, debajo de esos tres palos no tengo miedo absolutamente de nadie, cuanto más grande el reto mayor la motivación; es la ilusión de mi padre yendo cada fin de semana a verme jugar. Y sobre todo es la ilusión de ver a amigos jugarlo: es ir a ver a Luis entrenar a sus chavales con toda la ilusión, buscar en una web en alemán a ver si salía una foto del Pollo en su equipo de allí para sentirle más cerca, ver a Marcos ascender a Regional o a Lorena competir por la primera victoria de la temporada, ver la ilusión que Bolas le pone entrenando y lo que disfrutó Álex en su primer partido después de dos años y medio. Ver como Espi marca un golazo en 2º B de fútbol sala y te lo dedica, alentar a Raúl para que siga creciendo en su fútbol porque tiene todo el futuro por delante y ver como Luis reduce a cenizas las redes del Torneo Diputación. Y tantos otros amigos que de nombrarlos acabaría con mis dedos hechos polvo de teclear, pero que aunque no salgan en esta somera relación también son importantes, simplemente mi memoria los escondió detrás de los anteriores.

Después de ponerme sentimental con este deporte para defender lo oportuno de esta entrada en el blog, realmente lo que necesitaba verbalizar es el nerviosismo que siento ante el último partido de la temporada del Real Zaragoza. Si blogspot ha funcionado bien esto se habrá publicado el domingo a unas pocas horas del pitido inicial del partido final por el ascenso, pero fue escrito días antes. Soy de Burgos y no tengo ningún tipo de vínculo con Zaragoza, pero soy del Real Zaragoza y no sé explicar la razón. Cuando me preguntan siempre suelo rememorar el gol de Nayim y lo que me tuvo que marcar a mis 9 años. Estos días lo he estado pensando y puede ser real, quizá el destino, en el que no creo, nos hace zaragocistas por algo; quizá ese zambombazo estaba destinado a mi corazón.

Este año, en los playoff de ascenso, el Real Zaragoza estaba prácticamente eliminado en el partido de ida ante Girona, pero hay un lema que reza: Zaragoza nunca se rinde. Eso es lo que ocurrió el pasado domingo, que los jugadores no se rindieron, como tampoco lo hizo Nayim que puso toda la fe al golpear una pelota que solo hubiera entrado una vez en un millón de jugadas; pero entró, porque esa es la fe que define al zaragocismo y al Real Zaragoza. Hemos pasado una década ominosa; hundidos en el fango más viscoso que rodea el negocio del fútbol que mencionaba antes: corrupción, amaño de partidos, quiebra económica, imagen deportiva lamentable, negocios paralelos, un presidente odiado por todos, una creciente animadversión de las aficiones rivales...mucho barro en el que revolcarse para intentar hacer perder el sueño a todos los zaragocistas. Pero hemos resistido ansiando que el león vuelva a rugir. Y aquí estamos a solo 90 minutos del ascenso.

No sé que va a ocurrir en estas horas y como de feliz o abatido estaré a las nueve de la noche cuando el partido haya acabado, pero si sé que pase lo que pasé, tendré ilusión porque sé que mi Real Zaragoza ha vuelto, que vamos a volver a rugir, y que la fe que mantuvimos en el equipo se va a materializar en algo bueno. La proeza de Girona estoy seguro será un punto de inflexión en la historia a corto plazo de este club. Que el no rendirse va a tener sus réditos.

Igual que se los dio a Nayim en Paris 95. Porque yo soy zaragocista y me veo reflejado en esa parábola. La trayectoria de ese balón es la mía, subiendo al cielo y cayendo poco a poco dándome cuenta de hacia donde me dirijo pero sin poder frenar. Con el empuje de tanta gente detrás que me alienta para que entre en la portería. Quizá a pesar de ser yo mismo portero, esta vez me toque a mi meterle un gol a la felicidad, aunque sea en un disparo con cierta fortuna y aunque solo sea porque va dirigido por toda la gente que me alienta, siente y quiere como todos los zaragocistas clamaban incrédulos porque ese balón se le escapase a un portero inglés bigotudo de los años 80.

Ahora mismo estoy nervioso ya. No me quiero imaginar como estaré cuando esta entrada se publique. Estoy seguro que si ahora mismo me hiciera un corte en el brazo el chorretón que mancharía el ordenador no sería rojo sino de un intenso azul y blanco que reflejara lo que fluye por mis venas. Y esa herida sería la que llevaría con orgullo, porque cuando la viera, sabría que del dolor brotó algo positivo. Lo mismo pensaremos cuando echemos la vista atrás y veamos esta década pasada.

Porque solo cuando se ha caído y se ha estado en el fango se aprecia realmente lo que estar arriba. En la vida y en el fútbol, que es otra forma de vida. Por eso a todos, aficionados al fútbol o no, os digo que llevo con orgullo en mi pecho al león rampante. Y a mis amigos Ana, Adrián y en parte Christian, os digo que no es tan importante este resultado, que lo importante es el orgullo de ser zaragocistas, de resistir las piedras del camino y que nos levantaremos juntos, una y mil veces. De las piedras del fútbol y de la vida.

Porque Zaragoza nunca se rinde. Y los zaragocistas tampoco.

miércoles, 17 de junio de 2015

Revelame el alma

La lluvia repiquetea intensa en mi techo. Parece pugnar bravía por alcanzarme y envolverme en su abrazo mortal, aunque esta humedad solo se pueda sentir por dentro y mi piel esté seca, y ahora ligeramente con los poros alerta, gracias a los firmes muros de mi habitación. La misma solidez que se convierte en polvo fino incapaz de contener en mis manos y mis ojos cuando determinados objetos o pensamientos me alcanzan en esta carrera infinita que mantengo conmigo mismo.

Hoy me he fijado en el carrete fotográfico abandonado a su suerte como si a nadie importara. En esos recuadros blancos bordeados del trazo fino y negro que dejaba las rayas de tus ojos, que recuerdan la ilusión perdida del niño que cree firmemente en su sueño, y la bofetada de la madurez le arrebata. Esos espacios de mi vida que permanecen vacuos, pero que podría rellenar con la sangre que aún mancha mi cuerpo cuando el corazón aprieta y me traslada a otros lugares y tiempos. La misma sangre en la que hundo las fotografías para revelarlas sin ningún resultado, pues siempre emergen del viscoso líquido impolutas, blancas como la hoja de papel de un poeta que no encuentra a su musa; reflejando desafiantes la palidez de mi rostro. Y nada más que eso. He creado mi propia máquina del tiempo, pero soy incapaz de convertir lo que mis ojos ven en fotografías que el tacto de las yemas de mis dedos pueda sentir mientras las quito lentamente el polvo que la soledad deposita. 

Un carrete inoportuno inserto en la memoria. Ojalá pudiera deshacer completamente cada centímetro de ese plástico traicionero y mezclarlo en las cenizas que tu último cigarro dejó al convertir mi cama en brasas cuando se te escapó de los dedos y agujereo las sábanas del alma. Esas que no se pueden tocar pero que también abrigan en las noches frías de invierno. Ese maldito carrete de fotos en desuso que nadie recuerda si no es más que en brochazos puntuales de su vida pasada cuando sale en una conversación que nos lleva a la melancolía de los recuerdos, de tiempos pasados que sabemos que no volverán pero a los que ansiamos aferrarnos mientras contemplamos como nos queman en la palma de la mano y en la pupila de unos ojos que a veces no son ni propios.

Una pieza inanimada a la que insuflar vida con los trozos del puzzle que nos regalábamos en verano para completarlo en invierno, cuando la nieve recubre la cama y solo el fin de semana hace arder colchón, somier y alma.

Y hoy digo que aún quiero una foto antigua, cómo no quererla si mis ojos aún derraman la vida que los tuyos les cedieron. Pero aún anhelo más rellenar ese carrete que me desafía, que una nueva musa me revele el alma. Quizá deba dejar de intentarlo con la sangre  que aún mana de las heridas y necesite intentarlo con el carmín de unos labios mezclado con la espesa tinta de una melena azabache que agitar sobre el vacío. 

Del carrete, del pecho y de otra espalda que con mis dedos autografío.