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martes, 28 de abril de 2015

Chicos de barrio, vidas sencillas.

Gorra Grimey que se añade a mi colección.
Lema para una vida.¿Acertado? Tú decides.

Recuerdo ser feliz de niño y adolescente. Nunca tuve unas zapatillas de marca ni un chándal con logo patrocinador de grandes estrellas. Nunca tuve la última videoconsola, ni nada que se pareciera a un lujo o que generase envidia en el colegio/instituto. Pero creo poder identificar los mejores recuerdos de esos períodos y ninguno incluye cosas materiales.

Uno serían mis fin de semana con la caravana en pueblos de toda la provincia de Burgos, junto a un pequeño grupo de chicos y chicas de mi edad. No teníamos electricidad ni por tanto televisión o videoconsola, pero nos teníamos a cada uno de nosotros y danzando en libertad por el campo es como nos divertíamos, haciendo mil cosas con la capacidad de inventar que solo da la niñez. El otro serían mis tardes enteras en el parque jugando con mis amigos unos bancos en la plaza, al béisbol o baloncesto...hasta hacernos ampollas gigantes en los pies y llegar chorreando sudor, cansancio y brillo en nuestros ojos.

No cuento mis recuerdos porque sean especiales, sino por algo a lo que llevo dando vueltas unos días, una pregunta que recorre mi cabeza en todas direcciones:¿y si la felicidad está en el margen? El borde del camino que nos han marcado, que nos han prometido, que nos han vendido. Y quizá tenga ahora más fuerza esta pregunta por mi propia vida, pero también por lo que veo en el día a día con mis niños (como apelativo cariñoso, pues como canta Morf  en la canción que escuchaba hoy "tengo amigos de 20 que os triplican a todos, por lo menos, en coeficiente.") de La Parada, quienes están ahora en ese período justo de la vida para cimentar el futuro.

El otro día hablando con dos de ellos, pero es una conversación que ha salido con otras personas también especiales, hablábamos de trabajo y dinero. Su pensamiento era muy similar al mio a su edad: lo ideal parecía ser obtener un puesto cuanto más alto mejor, cuanto más dinero mejor...cuanto más estrés mejor, cuanto menos tiempo para ti mejor. Yo me oponía, hace muchos años que mis ideas no caminan en esa dirección. Ellos ven el futuro desde el presente y yo veo el pasado desde ese futuro que buscan.

No seré yo quien niegue la importancia del dinero en la sociedad en la que vivimos. Tener dinero es importante, ¿lo es tener mucho dinero? Desde pequeños mi generación, la supuestamente mejor preparada, ha sido dirigida con promesas a estudiar en el colegio para poder acceder a la universidad, siendo considerado por muchos padres un fracaso el que su hijo no lo hiciera. Sacar una carrera y estudiar inglés para obtener un trabajo. Obtener un trabajo para después escalar en la empresa y tener dinero para comprar un coche e hipotecarse en un piso. Crear una familia para tener hijos. Y después, morir.

Hemos hecho lo que nos dijeron, ¿y qué nos hemos encontramos? Vacío y desolación; una sociedad en crisis que no responde a nuestras expectativas. Trabajos depauperados en los que se nos maltrata y sueldos que menosprecian nuestra formación; y eso quien no ha tenido que salir fuera, o quien todavía busca. Hicimos todo lo que nos dijeron, pero su camino no era tan liso. Quizá la culpa también fue nuestra por creerles con la ilusión de la adolescencia, las ganas de vivir y llegar a lo más alto; incluso, por qué no, anhelando ser famosos. Y ahora mismo (tras conseguir años después de egresado varias de las cosas que nos prometieron) yo digo, como mi gorra: fuck fame. Aún soy joven, pero ya no quiero trabajar en una de esas empresas picadoras de carne, tampoco me interesa ser directivo de una gran empresa como antaño, ya no quiero escalar a lo más alto; quiero vivir (en el sentido amplio, me da igual donde tenga casa) cómodo en lo más bajo, en la base, con mi gente, ayudando, en el barrio. Si no es en Capiscol, en otro barrio obrero; allí es donde me siento yo y sintiéndome yo, es como soy feliz. 

Ese es el margen de mi camino. Y lo he identificado en gran parte gracias a ese grupo de hombres y mujeres en torno a la veintena que me han recordado lo que es el hambre por vivir, la ilusión y la locura a partes iguales, la risa continua que contagia. Que nadie los menosprecie por la cifra en su carné de identidad. Les queda mucho por aprender en la vida, aunque ahora no lo saben, y si lo leen no lo creerán, pero quizá lo recuerden dentro de 10 años cuando echen la vista atrás. Pero nadie les quitará estos años en los que tienen que disfrutar para crecer posteriormente. Y a mi nadie me quitará lo que me han enseñado, probablemente sin saberlo, porque de toda relación humana se puede aprender y los prejuicios a veces chocan obstinados contra la realidad.

Esta entrada es por ellos, por mis hermanitos pequeños (también por mi hermano). No significa que el camino de su felicidad esté en el mismo margen que el mío; cada uno tiene el suyo porque la felicidad es un estado etéreo. Que viene y va, que juega con nosotros y que cada uno identificamos de una forma. Me basta con que si lo leen, lleguen a reflexionar algún día sobre lo que realmente quieren en la vida para ser felices, cuál es su camino y lo que necesitan para conseguirlo. Y que una vez identificado, vayan a ello con todas las ganas de comerse el mundo, porque pueden con todo. Que escuchen a todo el mundo pero que solo ellos se digan a sí mismos después de intentarlo, una y otra vez, que no pueden. Y que cuando flaqueen sepan que aquí tendrán un hombro más en el que impulsarse.

Yo ya he visto cual es mi camino. Como canta Suite Soprano en la frase que cierra esta entrada; soy un chico de barrio, al que le gustan las cosas sencillas; las que no da tanto el dinero, como la relación humana. No celebro con champán, celebro compartiendo mis lágrimas (y carcajadas) con mi gente. Me conformo con que la vida nos sea amable. Y que cuando no lo sea y esté cayendo, tenga tantos brazos sosteniéndome en el aire como ahora tengo.

"Chicos de barrio,vidas sencillas. No trajimos champán, trajimos nuestras lágrimas" (Suite Soprano, Mierda Sticky)

viernes, 17 de abril de 2015

Atrévete

Había recorrido aquel camino centenares de veces en su vida. Desde que era una niña, cuando quería salir del excesivo hastío que la suponía la comodidad y perfección exterior de su hogar. Entonces fingía alguna excusa que sus padres dócilmente creían y se dirigía con paso firme por el pedregoso camino que conducía hasta el acantilado. Era un recorrido que tendía constantemente hacia el cielo, pero ella disfrutaba de la sensación de los guijarros clavándose en la planta de sus pies, creando pequeñas hendiduras que sanar secretamente en casa. La gustaba pensar que era el peaje que debía pagar por disfrutar de aquellas vistas en las que se sentía libre. Allí se abstraía y el tiempo volaba hasta que un vistazo fugaz a la muñeca cuando la luz de la luna empezaba a bañar su cuerpo recordaba que era tiempo de regresar.

Pero aquella mañana era distinta. En su casa no había nadie a quien engañar con alguna torpe excusa y tampoco hubiera hecho falta, pues ya no era aquella niña que se escapaba en secreto. A pesar de que aún conservaba su aspecto grácil y delicado debido a su juventud, se había convertido en una mujer. Lo que permanecía inalterable eran los secretos que su corazón guardaba. Nunca había sido capaz de contárselos a nadie porque cada vez que esa idea cruzaba su mente, un fuerte nudo la ataba las cuerdas vocales a un silencio irrompible. No la creerían, pensarían quizá que estaba loca, aún tenía que madurar... todos esos pensamientos se entrecruzaban en esos segundos entre la orden que su cerebro daba a su boca para que hablara y el momento en el que el corazón rechazaba el mandato.

En la alborada de aquel día, cuando sus ojos comenzaban a abrirse con la pereza de las primeras luces que van recorriendo las calles, había tomado la decisión. Durante una hora se había visto incapaz de levantarse de la cama, paralizada por la falta de motivos para hacerlo, para emprender otra jornada de rutina insípida y aburrida. Entonces había resuelto emprender el camino al acantilado y liberarse al fin de todas las ataduras.

El recorrido que normalmente pasaba en segundos por su cabeza, la habían parecido horas en aquella ocasión, dando vueltas a su decisión. Pero finalmente había llegado al borde donde tantas veces jugó a que su vida era otra. Se situó al filo del vacío y recorrió con la vista toda la pared. Contempló con deleite el escarpado de metros y metros de roca horadada por tantos años de agua y viento golpeando hasta la extenuación; llegando hasta donde la bravura del mar parecía reclamarla en la espuma blanca que se colaba por las rendijas creadas por el tiempo. Todo ello la recordaba a cuando de niña espiaba a su hermano mientras se afeitaba provocando con cada pasada heridas en su piel debido a la inexperiencia que a ella la hacían sonreír. 

Recordaba la primera vez que se había atrevido a mirar abajo. Fue un día de septiembre, cuando tras volver del instituto había subido de nuevo en secreto y al llegar arriba había visto a aquel chico sentado en el borde. Paralizada por descubrir que ese lugar no solo la pertenecía a ella, se había quedado petrificada, incapaz de decir nada y observando a ese extraño que, de espaldas, no la había visto. Pasados apenas unos minutos, él se había puesto de pie y en un segundo se había lanzado mar abajo. No pudo parar el grito que le brotó de la garganta pero que se había ahogado en el contacto con su lengua. Corrió hasta el borde y al fin se atrevió a mirar abajo. No vio nada.

No conocía a aquel chico y no dijo nada, pero pensó que en un pueblo pequeño como el suyo su desaparición sería la comidilla en los días venideros. Leyó el periódico con fruición, prestó atención a cada conversación e incluso intentó forzar preguntas que llevaban a carreteras muertas. Parecía que aquel chico había aparecido de la nada. Pasados unos días se había atrevido a volver al acantilado para situarse en el borde. Al mirar hacia abajo, allí estaba aquel chico bañándose en el mar, luchando contra el oleaje con una sonrisa en su cara. Cuando él la vio la invitó a unirse a él, algo que ella rechazó. Lo mismo sucedió cada día que subió al acantilado, fuera verano o invierno, en los años siguientes hasta entablar una relación de confianza mutua a base de palabras y sentimientos, que ninguno de los dos quiso romper acercando su distancia física, pues también ella le había invitado a subir para estar juntos, obteniendo la misma respuesta.

Habían hablado mucho de sus vidas y él parecía entender a la perfección lo que la sucedía. En muchas ocasiones, la había forzado de forma pícara a casi tomar la decisión de bañarse con él mediante un suave atrévete que penetraba dócilmente por su oído y se acomodaba en sus pensamientos. Pero ella no se había atrevido. Hasta aquella mañana.

De pie en el acantilado, jugó con su pie derecho por el borde con la sensación de peligro que supone asirse a la vida solo con un punto de apoyo. Pero en aquella ocasión él no estaba bañándose. Le llamó a gritos sin resultado. No intuía que, como el día que se conocieron, él sí estaba viéndola. Situada en el borde no podía ver como la observaba en silencio a su espalda. Y él estaba incapacitado para hablar, absorto por su belleza ahora que la contemplaba de cerca.

Con pasos pequeños y lentos se fue acercando mientras ella jugaba en el borde y le llamaba. Se situó a centímetros deseando empujarla al mar con él pero incapaz de hacerlo, pues quería que ella por sí misma tomara la decisión si es lo que deseaba. Allí situado a su lado, cuando la respiración que exhalaba directamente a su cuello se mezclaba con la brisa marina hasta besar su piel, había alzado los brazos hasta situarlos centímetros por encima de sus hombros, como quien se calienta en una hoguera guardando la distancia justa para no quemarse. En esa posición había empezado a recorrer sin tocarla el contorno de sus hombros desnudos, anclando su mirada al dibujo que formaban la unión de ambos en su espalda, bajando por los brazos y se había imaginado desatando cada uno de los nudos de su espalda con delicados movimientos de sus manos que respondieran a la violencia de su corazón. Cuando ella calló de llamarlo y echó la cabeza ligeramente hacia atrás para mirar al cielo, la punta de sus cabellos revueltos en todas direcciones por el viento jugueteaban con las cosquillas de su rostro sin que él pudiera evitar el esbozo de una sonrisa de satisfacción por ese ligero contacto entre ellos.

Pero ella siguió sin percatarse de su presencia y a pesar de que al echar la vista al cielo había pensado simplemente en dejarse caer y esperar en el mar a que él apareciera, no se había atrevido. Sin sus palabras acuchillándola los pensamientos no se sentía capaz de dar el paso. Así que decidió sentarse en el borde a esperar o a simplemente dejar pasar el tiempo, mientras él la observaba callado. Estuvo horas oteando el horizonte y la calma de un mar habitualmente bravo cuando él se bañaba, pero aquel día no estaba allí. Decepcionada, decidió emprender el camino de regreso a casa, pensando al igual que en la subida si su decisión era la correcta o la faltaba determinación.

Sabía que su corazón deseaba bañarse junto a aquel chico que siempre la miraba desde el mar, invitándola a vivir, pero su cabeza había decidido morir viviendo ahora que le tenía tan cerca.

miércoles, 15 de abril de 2015

Mi hermano

Cuantas veces le he hecho rabiar, le he contestado de mala manera, cuantas le he engañado aprovechándome de la diferencia de edad y cuantas le habré hecho llorar, lo que me ha partido el corazón verle así exclusivamente por mi culpa,  muchas de las veces sin razón. Cuantas veces le he amenazado y aunque ahora no lo recuerdo concretamente seguro que también le he golpeado alguna vez. Y él siempre me ha perdonado.

La relación entre hermanos es por lo común una constante de amor-odio hasta que se crece lo suficiente. Pero un odio(enfado más bien) instantáneo, del que no perdura más allá de unas horas porque sabes que quien tienes enfrente es la persona que más tiempo ha compartido contigo junto a tus padres, que te conoce desde crío y te ha visto crecer día a día, cambiar, madurar... Y lo más importante, te ha visto en todos los estados de ánimo posibles y los ha descifrado.

Recuerdo una noche especialmente, de hace unas semanas, en el que de madrugada me tumbé encima de la cama en medio de un llanto prolongado. Él se despertó y vino a cuidarme, me ordenó que me metiera entre las mantas, me consoló y arropó. Y al día siguiente no dijo nada sobre ello, porque el silencio es el mejor pacto entre hermanos cuando las palabras no solucionan nada ni son necesarias.

A pesar de todo lo que describía en el primer párrafo, una cosa tengo muy clara. Y es lo que canta perfectamente Suite Soprano en su canción Como hemos cambiado: "A mi me puede dañar cualquiera, ni el primero ni el último que me agrediera. Pero ten claro que si jodes a mi hermano...juro por Dios, te lanzo un tostador a la bañera" Y espero que él también lo tenga claro.

La mayoría de los que estáis leyendo esto ya le conocéis y a los que no, estáis tardando porque no tengo palabras para expresar lo orgulloso que estoy de él, algo que quizá nunca le haya dicho. A pesar de que nunca me ha hecho ni caso en mi insistencia para que no cometiera el mismo error que yo con el inglés, he contemplado como se ha moldeado con los años y no puedo estar más satisfecho. Admiro su tenacidad en el ámbito académico pero sobre todo fuera, en el terreno de juego real, en el de la vida. Continuamente con la sonrisa en la boca y con ganas de hacer reír al resto, más maduro siempre de lo que su edad determinaría, con unas tremendas ganas de vivir y teniendo claro lo que quiere en el futuro. Y una fiesta de nivel élite mundial, no se olvide.

Dicen que nos parecemos físicamente. No lo sé, creo que ninguno de los dos lo pensamos, pero lo que sí tengo claro es que nos parecemos en muchos otros aspectos aunque con personalidades muy diferentes. Él ha tenido que soportar la carga de heredar mis apodos y comparaciones por ser el hermano pequeño; espero que le haya sido leve porque tengo claro que él se merece ser reconocido por sí mismo y no por ser "el hermano de" ni el apodo jr. correspondiente.

Hoy es su cumpleaños. Y no sabía muy bien que regalarle. No solo materialmente sino un detalle de carácter más emotivo que siempre me gusta tener. Ya le he hecho montajes y collages suficientes así que he pensado que por qué no escribirle desde aquí. Nunca le había dedicado unas palabras y creo que es buen momento de hacerle saber lo que pienso de él y haceros saber al resto lo feliz que me hace tenerle a mi lado.

Felicidades Héctor, te lo mereces todo. Aquí me tienes siempre para ayudarte a conseguirlo.

MHES.

martes, 14 de abril de 2015

La Revilla



No creo en el destino. No creo en nada que se salga de la vía científica, pero si se diera el caso que llegara a existir este, no tendría palabras de gratitud suficientes por darme la oportunidad de llamar a La Revilla (en realidad La Revilla y Ahedo oficialmente a nivel municipal) mi pueblo. A mi me enganchan los lugares cuando hay personas que los hacen especiales, y al igual que me ocurre con La Parada, mi particular paraíso en la Tierra es este pequeño pueblo al sur de la Sierra de la Demanda. 

Seguramente hay otros pueblos maravillosos donde podía haber encajado, de hecho el pueblo de mi madre es Mecerreyes, una población con mucho mayor calado pero que a mi nunca me llenó porque no conocí a las personas que hicieran especial ese lugar. Y sin embargo sí las encontré en La Revilla; personas con las que he compartido un fin de semana de los que llegan muy a dentro por su significado. Porque nos hacemos mayores ya, quién lo diría cuando nos conocimos jugando a mosca, haciéndome pagar la condición de extraño, con menos años que dedos en las manos o cuando empezamos a hacernos mayores en aquel chamizo de la loma. Y ahora tenemos nuestra primera boda (felicidades Alba y Diego, perdonadme que no incida más, pero seguramente tendréis oportunidad en el futuro de leer una entrada solo para vosotros)

Este finde rememorando las anécdotas propias y ajenas de tantos años, me ha llevado a pensar en la influencia sobre mí y mi forma de ser. No sé si en otro pueblo podría haber sido mejor o peor persona, pero difícilmente podría haber sido más feliz de lo que he sido aquí y podría estar tan satisfecho de como me ha moldeado. Allí aprendí a nadar, conocí el desamor por primera vez, seguramente besé por primera vez, fumé mi primer cigarro, tuve mi primera borrachera y mi primera pelea, conocí mi primer amor de verdad...sé que no digo nada especial. Cada uno en sus pueblos ha podido tener las mismas experiencias, pero yo no estoy en vuestras cabezas y corazones. Solo puedo ver las mías como especiales por la intensidad que tienen para mi.

Por eso y porque mi familia no tiene allí un hogar, somos personas totalmente extrañas con nuestra casa rodante que deciden veranear allí por la tranquilidad y la piscina y quedan absolutamente prendadas del lugar. De como nos ha acogido todo el pueblo; de como no tenemos ascendencia allí pero si alguien nos pregunta de quien somos, solo tenemos que decir: los de las caravanas, como una especie de mote que perdura con los años. Y es que ya son más de 20 acudiendo allí con regularidad. Ojalá si algún día tengo hijos y nietos les pregunten de quien son en La Revilla y puedan decir "los de las caravanas", aunque tengamos ya una casa, porque hayamos echado raíces en aquel lugar.

Quien lea esto y no conozca el pueblo pensará que tiene muchas cosas, que quizá sea un pueblo grande, que somos mucha gente...no. La Revilla, más allá de tener piscina (y quizá la gran cantidad de juventud que integra cada grupo generacional), cosa que pocos pueblos de su pequeño tamaño pueden decir, no tiene nada especialmente distinto a otros pueblos . Bueno sí, las personas. Con sus cosas buenas y malas, pero allí he conocido a mi grupo de amigos. Nada ha sido un camino de rosas, como cualquier grupo que se junta de forma heterogénea en torno a un lugar y no por su propia elección; pero para mi han sido la mayoría de ellos apoyo en el camino. Me han visto reír, me han visto llorar, me han aconsejado, me han distraído y divertido, acogido en sus casa, enfadado y reconciliado...me han hecho sentir el calor de la relación humana en su sentido más amplio, me han hecho sentir el pueblo como mio. Me han hecho sentir comprendido, querido y protegido.
Pero no solo mi grupo de amigos, también otros grupos de jóvenes de otras generaciones con los que me he reído a carcajadas y con gente adulta (cuando yo no lo era, pero ahora también) que me ha mostrado siempre un cariño inmenso, particularmente los padres y madres de mis amig@s.

Y gracias a que he podido sentir el pueblo como mio, también siento cuando estoy allí la calma que transmite. Para mi La Revilla es mi lugar sagrado, donde nada me puede hacer daño pero donde un mínimo roce me afecta. Allí encuentro mi liberación mental. Si tuviera una casa allí seguramente mucho de estos findes en los que arreciaba la tormenta les habría pasado allí y habría echado el ancla para frenar la deriva del barco.

Me gustaría hablar mucho más de mi pueblo, encontrar las palabras que lo describan con absoluta precisión y belleza...pero no es posible. El sentimiento que nada dentro de mi sangre para con este pueblo es superior a mi, escaso, talento literario. Lo único que puedo hacer es invitaros a que lo conozcáis conmigo. A que paséis cualquier día de verano a bañaros en su piscina; de invierno a apreciar la tranquilidad de un paseo por la nieve; cualquier día de otoño a subir "la Cuesta" o "la Peña" y de primavera a apreciar lo vivo que está el pueblo cuando los primeros rayos de sol empiezan a desperezar las calles del invierno sufrido.

Juntos desde los 80.


jueves, 9 de abril de 2015

La sonrisa del peregrino

La tormenta arreciaba aquella noche, no había dejado de castigar su andadura en unas horas que parecían meses. La oscuridad y el repiquetear de la gruesa lluvia sobre la tela plástica de su chubasquero era roto solo por un resplandor que iluminaba su semblante, triste en aquel punto del viaje, seguido del sonido profundo de los dioses gritando por su alma. Apenas podía mantenerse seco, ni por fuera ni por dentro, con aquel fino ropaje que había comprado en un bazar en su último viaje por tierras desérticas, así que decidió moverse buscando protección.

Aaron siempre había sido un peregrino. Pero de ese tipo que solo siguen adelante si no encuentran el calor de un hogar que le acoja, de esa clase a los que les pesan los pies para dejar la comodidad en búsqueda de nuevas aventuras. No tenía problemas en pasar largas estancias en un mismo lugar y en el momento de emprender viaje solo podía arrastrar los pies en busca de nuevos paisajes, aunque muchas veces regresaba a los ya conocidos para tener una visión novedosa de ellos. De hecho siempre le habían movido más las personas que los lugares.

También en el amor le gustaba pensar que era de ese tipo de peregrinos. En búsqueda continua, al final siempre había encontrado un chispazo que le había enganchado, un detalle que hacía diferente a la mujer que tenía enfrente. Cada persona tenemos un detalle que nos particulariza y nos hace atractivos para los ojos ajenos. A él le habían enganchado cosas muy diferentes: unas veces había sido la finura de unos labios que parecen querer esconderse para que sea más difícil besarlos, otras la forma de colocar las manos sugiriendo mil y un pensamientos o el dorado de unos ojos en los que ver reflejado el tesoro que todo hombre quiere encontrar. 

Con todo, cuando hablaba de ello, lo que más le gustaba era recordar la frase del personaje de Dante en la película Martin (Hache), creía que era una bonita forma de encerrar el secreto de la diferencia entre atracción y seducción: "Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer, poseer, dominar, admirar. La mente, Hache, yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes."
Esa había sido siempre su obsesión: sentirse atraído por un detalle y la necesidad de comprobar si detrás de ese detalle había también una mente que le sedujera. 

Necesitaba recuperar el calor de su cuerpo y la sequedad en su piel, por lo que decidió entrar en el primer sitio que encontró. Un antro de luz tenue donde pasar desapercibido y poder acercarse a la estufa que seguramente habría calentando el lugar. Abrió la puerta con pesadez pero con rapidez para resguardarse y vislumbró la estancia. Estaba más llena de lo que había esperado pero le serviría para su propósito de guarecerse unas horas.

Nada más entrar y dejar las ropas mojadas a un lado, reparo en otro de esos detalles que le habían cautivado toda su vida, que habían dirigido sus pensamientos mil y un días con sus mil y una noches de delirio. Una sonrisa. Había visto antes miles de sonrisas y le quedaban por ver otras miles porque siempre había encontrado el mayor placer en hacer reír, pero esa tenía algo especial para él. Quizá sería la pesadez del viaje que hacía anhelar un gesto amigo o quizá era verdaderamente especial. Quizá podría descubrirlo en esas horas.

Estuvo observando a la poseedora de esa sonrisa. Su aire era distraído pero sus ojos anunciaban más de lo que sus labios decían; el pelo parecía caerle sobre el rostro tratando de ocultar su boca de miradas indiscretas, pero era una misión imposible pues cuando reía, se extendía amplía y triangular por su faz queriendo llenar cada ángulo de esa sala, pareciendo anhelar iluminar la penumbra que apenas proporcionaban las dos lámparas amenazando con descolgarse del techo en cualquier momento y la pequeña llama de la estufa en un extremo. 

Después de unos minutos observando, creía haber descubierto el misterio de esa sonrisa. Combinaba a la perfección con el resto del rostro. La forma en que el cabello la escondía, la manera en que los párpados bajaban su intensidad para encerrar los ojos y el modo en que la sonrisa se desplegaba amplia pero retraída, con un aire de timidez que parecen demandar cuidado y protección, aunque en realidad no fuera necesario. 

Y entonces lo supo, su parada no sería por unas horas. Su viaje había terminado por el momento, necesitaba descubrir si ese detalle encerraba también seducción.

Y sonrió. Al fin sonrió. 


martes, 7 de abril de 2015

De tu vida

Estaba jadeando cuando llegó a aquel lugar. El sudor perlaba su frente y la respiración se le entrecortaba, tenía dificultades para mantenerse en pie y la garganta le dolía de ver como el aire frío de la noche le había inundado las cuerdas vocales. No solo había tenido que correr, también había tenido que nadar para huir del agua salada que notaba pugnando a la altura del cuello. Los miedos eran para él kilómetros que se acortan y mares que se ensanchan.

Pero en ese punto el miedo ya se había difuminado, sabía que había ido lo suficientemente lejos en su huida porque estaba lo suficientemente cerca. Entonces decidió relajarse, ponerse cómodo en aquel sofá que parecía querer abrazarlo toda la noche y pedir una bebida que le ayudara a recuperar resuello. Pronto recobró el habla y la conversación fluyó a su alrededor como lo hacía siempre que se sentía cómodo. Era imposible no estarlo en aquel espacio.

No fue hasta pasado un largo tiempo, que para él habían sido segundos, cuando reparó en quien estaba sentado a su lado. Eran unos hombros finos y delicados, aunque por entonces no lo sabía pues tímidos se escondían en un pesado jersey; una melena que parecía querer ocultar la travesura de la inocencia y unos ojos que se movían de un lado a otro, inquietos, pero que se recogían cuando se notaban observados y hacían callar todo lo que antes decían, hasta llegar a ese tipo de silencio que hace que solo se puede romper con el sonido de unos labios posándose en otros o en la piel desnuda.

No se atrevió a decirla nada, nunca había sido su estilo: demasiada vergüenza, demasiado temor...había sido siempre su actitud ante la vida en todos los campos. Aún sabiendo que se equivocaba, siempre prefirió volver a casa preguntándose como hubiera sido y si lo que decían los ojos que le miraban también lo dirían sus labios, antes que experimentar el fracaso del exceso. Se tambaleó de vuelta y durmió con la mezcla en su boca del amargo de las lágrimas y lo dulce del carmín que creía poder alcanzar.

A la mañana siguiente su cabeza parecía un ring de boxeo, no solo por el martillo que pretendía destrozarle por dentro, también por la lucha que mantenían sus ideas recorriendo su cerebro de un lado a otro. ¿De qué tenía miedo? ¿Qué tenía que perder si nada poseía ya más que el quejumbroso errar de sus pasos? Y lo decidió, decidió cambiar su vida. Nada se pierde intentándolo. Lo repitió una y otra vez hasta hacer que él mismo se lo creyera.

Quiso buscarla, pero no la encontraba. No sabía nada de ella, no sabía donde trabajaba, no sabía si era de la ciudad o si acaso estuviera de paso y sería un sueño ya inalcanzable. Entonces decidió asirse al único cabo de amarre que le restaba: aquel lugar donde la conoció. Volvió cada noche sin lograr vislumbrar siquiera alguien que se le pareciera entre la muchedumbre. Pero de pronto, cuando creía que ya debía desistir (aunque él sabía que eso era un mandato de su cabeza que su corazón no obedecería), la vio apoyada en la barra con aire ausente y con la soledad a su alrededor. Supo que había llegado el momento, que de verdad él había cambiado por dentro y se dirigió a ese cruce de caminos. Tocó el hombro de ella todo lo suavemente que pudo debido al temblor y decidió actuar.

Entonces posó sus labios en su oído y la susurró: hazme el amor. Calló, pensó por un instante que de nuevo estaba cometiendo el mismo error, la misma piedra en la que sentía necesidad de tropezar, pero no pudo frenar las palabras que le salían a borbotones desde el corazón, pues hacía rato que este había tomado el mando. 

Y al fin lo dijo: hazme el amor, pero de tu vida.



*Agradecimiento especial a Andrea M. por su foto de instagram con el lema Trato de pensar que nada pierdo intentando; al escritor/a anónimo que decidió plasmar en una pared de Capiscol la frase: Hazme el amor...pero de tu vida; y a Víctor G. que a través de su facebook me ha dado a conocer unos versos de Marwan que desconozco si pertenecen a una canción, poesía o lo que fuere (que al final es lo menos relevante):

Me dicen que es de tontos
tropezar tres veces en la misma piedra
pero es que ella era una piedra
sobre la que merecía la pena caer,
resbalarse,
hacerse herida.

Todo ello es lo que han hecho que mi corazón decidiera plasmar este texto, con mayor o menor fortuna, a través de las palabras de mi cerebro.